domingo, 14 de diciembre de 2008

El Esperpento

La tragedia nuestra no es tragedia, afirma, en Luces de bohemia, Max Estrella. Es ¡el Esperpento! Y Rafael Azcona, discípulo de Baroja pero siempre tan valleinclanesco, asimiló esa lección como poética. Al menos eso denotan sus novelas, sus cuentos, sus películas a lo largo de su trayectoria literaria.

El pisito. Novela de amor e inquilinato (editada por Juan Antonio Ríos para Cátedra) es buena prueba de ello. Publicada y convertida en filme (dirigido por Marco Ferreri) a finales de los cincuenta del pasado siglo, narra una historia de supervivencia en un contexto que el Gobierno de turno, conducido por aquel dictador ridículo, se empeñaba en vender como heroico. Todo transcurre en una ciudad, Madrid, "tenebrosa, en blanco y negro", que intentaba superar las consecuencias de una terrible guerra aferrándose al teatro (malo) de las apariencias. El hambre y la falta de vivienda digna eran, entre otros, los grandes problemas de la mayor parte de la gente mientras unos pocos, con el crucifijo en una mano y la pistola en la otra, continuaban refocilándose, como los cerdos en el barro, con su santa cruzada.

Tanto en papel como en imágenes, el argumento de El pisito nos lleva muchas veces a la risa, sobre todo cuando, ya en la pantalla, el personaje protagonista aparece encarnado en José Luis López Vázquez, uno de los mejores actores del cine español. Pero, finalmente, la sensación que dejan una y otra versión es, por muchos motivos, dolorosa; al menos para quien, como yo, sabe que sus padres también tuvieron que soportar esa miseria, esa pobreza material y moral, esa incultura. Ese esperpento.

lunes, 24 de noviembre de 2008

Civilizados por la duda

Alrededor de 1991, una película pre-Dogma de Lars von Trier, Europa, llamó mi atención sobre una zona histórico-geográfica a la que, hasta entonces, no me había llevado jamás ni la literatura, ni el cine, ni el estudio, ni, por supuesto, la curiosidad: la Alemania posterior a la II Gran Guerra. Aquella cinta del danés situaba su ficción en 1945 y en un país en ruinas al que llegaba desde Estados Unidos Leopold Kassler para trabajar en el tren. En blanco y negro pero con precisos toques de color (el rojo de la sangre brotando de las muñecas de un suicida, por ejemplo), recuerdo que la película me tuvo un tiempo rebuscando en bibliotecas (al menos para mí todavía no existía Internet) para profundizar sobre el tema, pero acabé desistiendo ante la imposición brutal de una elipsis que conducía desde el Tercer Reich y los campos de exterminio nazis al "milagro económico", sin detenerse prácticamente un segundo en la década transcurrida desde la capitulación de mayo del 45 a la producción del VW Escarabajo un millón en la factoría de la Volkswagen de Wolfsburg, en agosto del 55.

Quince años más tarde, tras un viaje a Berlín y la lectura de un extraordinario libro de G. W. Sebald, Sobre la historia natural de la destrucción, volví a engancharme al tema, y entonces mi ratoneo dio mejor resultado, en parte gracias a la Red. El cine me desveló Germania anno zero, dirigida por Rossellini (1945), y Berlin Express, dirigida por Jacques Tourneur, escrita por Harold Medford a partir de un argumento de Curt Siodmak (1948). Recomiendo sin reservas la primera y, en caso de mucho interés, no viene mal la segunda, a caballo entre Frankfurt y Berlín. Para los enamorados, como yo, de la actual capital alemana resultarán impactantes los minutos finales del filme, cuando una voz en off la describe ("...cuando llegas allí te preguntas cómo puede llamarse ciudad") como "un monumento de ruinas", "una ciudad apagada, gris y muerta": "ninguna ciudad tan poderosa como Berlín ha caído tan bajo".

Bárbaras certezas
Aunque ubicada algunos años después (entre 1958 y 1993) y en Heidelberg (una de las pocas localidades alemanas que se libraron de los bombardeos aliados), la novela El lector, de Berhard Schlink (en Anagrama), es otro buen documento para aproximarse a esa parte de la Historia y sus consecuencias posteriores. El relato enfrenta, aunque de una curiosa manera, dos generaciones de alemanes: la de aquellos que, más o menos directamente, colaboraron con la barbarie nazi y la de quienes, años después, exterminado el cáncer, decidieron pedir cuentas. Quizá haya sido el chileno Carlos Franz quien haya atinado mejor al resumir las sensaciones que esta lectura depara: "Llegamos a este libro premunidos de nuestras bárbaras certezas. Y lo dejamos civilizados por la duda".

No cabe duda de que Schlink, juez de profesión y escritor de novelas policíacas hasta redactar El lector, puso mucho de sí en estas páginas. También él, como su protagonista, Michael Berg, nació cuando acababa la guerra (como Sebald), y también él participó en las movilizaciones para desenmascarar la participación en el nazismo, la colaboración con él o simplemente la actitud conformista ante sus crímenes. El resultado, una novela que tal vez no resulte una joya literaria, pero sí una obra muy interesante que deja una contundente pregunta flotando en nuestras conciencias: "¿Y qué habría hecho usted?". Lean y respondan.

domingo, 23 de noviembre de 2008

El mejor taller de escritura

En la conversación que Gabriel García Márquez sostuvo con Plinio Apuleyo Mendoza y que fue publicada como El olor de la guayaba, el Nobel de 1982 aseguraba que no eran de su interés las ideas que no resistían muchos años de abandono. A lo largo de su dilatada trayectoria literaria, iniciada en los años 50 con La hojarasca, ofrece múltiples ejemplos: uno de ellos, su Crónica de una muerte anunciada (parte de su cuarteto de imprescindibles, junto a El coronel no tiene quien le escriba, Cien años de soledad y El amor en los tiempos del cólera), que narra un suceso de mitad del siglo XX escrito casi 30 años después.

El propio Gabo asegura que la Crónica... no es sino un capítulo más de su gran libro sobre la soledad, en el que lleva trabajando 50 años. Además, se convierte en una "condena de la esencia machista de nuestra sociedad", como él mismo asegura; y por eso, y por el retrato que construye de un colectivo sediento del espectáculo de la muerte, esta novela corta con perfume de la Fuenteovejuna de Lope resulta por desgracia tan actual como cuando la historia real sucedió (1951) o el libro se hizo público (1981).

Escritura perfecta
La contundencia de su primera frase, perfecta, no decae en el resto del relato, cuya línea de intensidad aumenta por momentos, hasta llegar al fin. Esa mezcla de periodismo y literatura cautiva al punto de exigir la lectura continua del libro sin posibilidad de abandono. Aquí, en este texto, y en otros muchos de García Márquez, está compendiada toda la sabiduría de los maestros de la narración, que, más que contar, hipnotizan, embrujan, impiden prácticamente el aliento.

miércoles, 12 de noviembre de 2008

La soledad en palabras de Kjell Askildsen

"Si uno dejara de albergar esperanzas, se ahorraría un montón de decepciones". De ideas así está contundentemente salpicada la obra del noruego Kjell Askildsen (Mandal, 1929), autor de un par de novelas y ocho libros de relatos, a uno de los cuales, "En el café", corresponde el sabio consejo del principio.

A Askildsen lo han llamado "el Carver europeo", lo han tildado de minimalista, lo han acusado de pertenecer al "realismo sucio". No niego que, mediatizado por cierta publicidad, la primera vez que lo leí yo también pensé en el de Tres rosas amarillas; una lectura detenida ha acabado por distanciarme, no obstante, del estereotipo: hay semejanzas de estilo, pero el nórdico posee, a tenor de su obra, un concepto del ser humano menos comprensivo, si cabe, que el del estadounidense, impresión que lo acerca mucho más a la que considera la mejor novela del XX, El extranjero, de Camus, aunque de los personajes del escandinavo emana un hálito de rabia que jamás he sentido en el indolente Mersault: quizá la rabia que también origina el desencanto.

Hemingway y su iceberg
Robbe-Grillet ("aunque a veces es aburrido", matiza) y Hemingway son otras de sus influencias confesas. En concreto, el Hemingway cuentista, también autor de una teoría, la del iceberg, que encaja perfectamente con los relatos de Askildsen, pues sin duda ocultan infinitamente más de lo que muestran, creando un desasosiego que atrapa sin remedio.

Su primer libro apareció en 1953: Desde ahora seré yo quien te lleve a casa. Hace unos meses ha llegado a España (Lengua de Trapo) una colección de título similar en la que se recogen algunos de aquellos primeros relatos y otros que recorren varias épocas de su escritura. Su lectura vale para hacerse una idea muy concreta de por dónde transita la obra de Askildsen; al comenzar el volumen, el cuento que le da título apunta una relación familiar (madre-hijo) nada fácil. Ese tipo de conflicto constituye el núcleo de su obra; en "Encuentro", Gabriel, que ha regresado al hogar paterno tras años alejado, resume lo que podríamos denominar la "poética familiar" del escritor noruego: "...si tú sólo hubieras sido mi semejante en lugar de mi padre, no habría venido a verte. ¿No significa esto que lo que nos une no es más que una convención? Somos padre e hijo, y por tanto estamos obligados a mostrarnos afecto mutuamente; si no lo hacemos, nos invade el sentimiento de culpa. Pero ¿por qué? ¿Existe alguna razón para creer que el afecto es algo genético?".

Claridad de pensamiento
El gran festín de Askildsen ha sido servido en España con Todo como antes (Debolsillo), un tomo tripartito que se inicia con Últimas notas de Thomas F. para la humanidad (Premio de la Crítica Noruega, 1983), continúa con Un vasto y desierto paisaje (Premio de la Crítica Noruega, 1992) y culmina con Los perros de Tesalónica (1996). El primero de ellos está narrado y protagonizado en su práctica totalidad por un octogenario viudo, desde luego solitario, ateo ("la locura religiosa es indignante", afirma), padre de dos hijos con los que apenas mantiene relación ("Sé que tengo muchos bisnietos, pero no conozco a ninguno de ellos", confiesa sin pena), hermano, a su pesar, de un escritor de 20 exitosos libros, escritor él mismo de 10 libros sin apenas éxito. Askildsen tenía poco más de 50 años cuando redactó estos cuentos como "una especie de avance de autobiografía" imaginando cómo podría llegar a ser su propia vida en el caso de que, en la vejez, conservara la lucidez mental y la claridad de pensamiento que llevan a su personaje a declarar, entre otras cosas, "Tenemos que estar contentos con lo bien que vivimos, dice la gente, la mayoría vive peor. Y luego toman pastillas contra el cansancio. O contra la depresión. O contra la vida".

Pero la gran obra de Kjell Askildsen es, para mí, Un vasto y desierto paisaje, compuesta por siete relatos magníficos en los que la voz del narrador se diversifica (siempre con un mismo timbre) y los temas recurrentes del escritor (la soledad, la infelicidad, el tedio vital, la familia y su miseria…) aparecen en toda su plenitud. Un cuento como el que da título al volumen debe figurar sin duda en el canon de los mejores que se hayan escrito.

"La escritura no es una cuestión lúdica, sino necesaria", afirma Askildsen, quien se define como "alguien que busca la soledad y a quien en general la soledad le gusta”. Hay un poema bellísimo y tristísimo del hermético Salvatore Quasimodo que podría ser el epígrafe perfecto para la obra de este gran escritor, al menos la que ya podemos leer en castellano: "Ognuno sta solo sul cuor della terra / trafitto da un raggio di sole: / ed è subito sera". Eso es esencialmente lo que Kjell Askildsen ha sabido reflejar con absoluto talento literario: que todos estamos solos en el centro de la tierra.

jueves, 28 de agosto de 2008

El viaje de los que no pueden embarcar

Como cuanto sucede "de repente" o la intervención de quienes todo lo pueden, la casualidad, no cabe duda, es recurso de mala ficción; pero lo cierto es que la vida, en ocasiones y a veces por lo común, abusa de ella. Hace unos días, en una visita a la vivienda de mis padres, que por supuesto también lo fue mía en mi infancia, encontré uno de mis primeros libros, un volumen de novelas gráficas publicado por Bruguera en 1976 que acompañó algunos de mis primeros veranos como lector. El ejemplar de aquellas Famosas novelas recopilaba, desde luego abreviados y con forma de cómic, relatos de Verne, Defoe, Karl May, Sienkiewicz, Vincent Mulberry…; otros tomos, me temo que ya perdidos para siempre, incorporaban a Salgari, Jack London, Melville y algunos habituales más de estas colecciones que, de forma inexcusable, recibía yo cada vez que se celebraba mi cumpleaños o el de Jesucristo.

Llamadme Ishmael
Días después, apenas recuperado de la emoción del reencuentro, recibo de Alfaguara, qué casualidad, una de sus últimas novedades, Cuentos de navegantes, selección de Juan Bautista Duizeide con prólogo de Pérez-Reverte. Nada más abrir el paquete comprendí que, siquiera por regresar a la niñez, ese debía ser mi gran libro del verano: en su cubierta, una ilustración de James Brereton muestra un velero inglés haciendo frente a un mar embravecido mientras los tripulantes se afanan por dominar la situación.

Empeñado con romper el presupuesto de que la literatura embarcada es privilegio de anglosajones, Duizeide, periodista, escritor y piloto de ultramar, devoró cuantos relatos de marinos le salieron al paso hasta escoger 400, de los que ha publicado 21. Se nota su procedencia (Mar del Plata, Argentina), ya que buena parte de los antologados son paisanos suyos (Borges, Arlt, Brizuela, Conti, Foguet, Lobodón Garra y Carlos M.ª Rodríguez) o casi (Horacio Quiroga, uruguayo que pasó gran parte de su vida en la selva de Misiones); y no faltan algunos clásicos (Conrad, Stevenson, Anatole France, Maupassant…), aunque se añora a London y especialmente a Melville: su omisión extraña por razones obvias y sobre todo dada la influencia que el estadounidense ejerció en Duizeide, autor de la novela corta Kanaka (Premio Julio Cortázar 2004), que, no en vano, comienza: "También a mí podrían llamarme Ishmael".

El gran Coloane
Pero, pese a las ausencias, el libro es un tesoro. Junto a la piscina o en primera línea de playa, yo he atravesado de un largo, gracias a él, el temido golfo de Penas, he penetrado por el ancho y majestuoso camino de agua de mar que es el canal Messier, he cruzado el laberinto de islotes de la Angostura Inglesa, por donde apenas puede surcar una sola embarcación, de ida o de vuelta, y he echado el ancla, finalmente, en las aguas de Puerto Edén, enclavado en la margen norte del Paso del Indio. Que me perdone Francisco Coloane, allá donde esté (desde luego en mi biblioteca y en mi memoria) por haber usurpado palabras de su cuento, uno de mis preferidos del libro, donde habita Dámaso Ramírez, quien, "como buen ballenero acostumbrado a vencer la gran bestia del mar, pensaba que, aunque el hombre había llegado a dominar la naturaleza, no había logrado aún dominar su propia naturaleza". Es una muestra de uno de los mayores atractivos de esta literatura: la voz y el ideario de los personajes. Curtidos y crujidos por la vida en ese "exceso" que es el mar (Sylvia Iparraguirre), su acción y su pensamiento se muestran, si no ajenos, si al menos distantes de la frivolidad de quienes pisamos suelo firme. Duizeide, a través de su propia experiencia, lo explica bien: "He leído en el cuarto de derrota de un petrolero que iba y venía a lo largo de la costa patagónica, he leído en el bote salvavidas de un granelero maltrecho que se las arreglaba como podía con las largas olas del Pacífico, he leído en la cubierta de señales de un pesquero que aguantaba todos los vientos del banco Burdwood. Pero además de todas esas lecturas, estaba lo aprendido trabajando en condiciones muchas veces extremas, y esos relatos que se cuentan y se vuelven a contar a bordo, que van y vienen como las olas, pasando de boca en boca, de barco en barco, de época en época".

He de reconocer que, pese a las coincidencias y mi voluntad, en modo alguno he vuelto a ser el mismo lector de hace 30 años. En aquel tiempo yo leía para conocer el mundo, los libros me regalaban "el viaje de los que no pueden tomar el tren" (Francis de Croisset). Ahora solo ansío conocerme mejor, quizá hasta encontrar la serenidad o al menos una palabra, una frase, que justifique todos los pesares, propios o ajenos. Ahí también estos cuentos me han ayudado: "Me voy y le agradezco a la vida el haberme puesto en su camino. Eso es todo", le escribe Jensen a Maqroll en el magnífico relato de Mutis "Cita en Bergen"; y esa línea me hizo estremecer de felicidad.

martes, 15 de julio de 2008

Un naranjo y una mujer

Hace ahora un par de años, poco después del verano de 2006, cuando regresaba al trabajo convenientemente deprimido, un libro me llamó la atención desde la mesa de novedades de mi Librería Compas. No conocía a su autor, ni había oído nada sobre su argumento, pero la imagen de la cubierta refulgía imponente enmedio de aquella amalgama de propuestas; en ella, unas refrescantes rodajas de limón aparecían tendidas al sol, como prendas, ante un cielo azul celeste que recordaba sin vacilaciones el que yo venía de disfrutar. Chris Stewart, leí; y luego: Entre limones. Pero lo que realmente me obligó a escogerlo y escudriñarlo un poco fue su subtítulo: Historia de un optimista. Novela. Y pensé que eso era precisamente lo que yo necesitaba en aquel momento, un poco de ganas de vivir; y me prometí que tarde o temprano, en cuanto los compromisos me lo permitieran, aquel libro debía ser mío, o sea, había de leerlo.

El viaje diario a la rutina
Pasó un verano y por fin ha llegado este, y Entre limones. Historia de un optimista ha sido finalmente mío. Ahora en una edición de bolsillo de Almuzara y con el subtítulo ligera y adecuadamente modificado, al amputarle el término Novela, pues no se trata de ninguna ficción lo que su autor cuenta en el relato, sino de una entretenida y educativa peripecia en la que, junto a su familia, se encuentra instalado desde hace dos decenios, cuando decidió, siguiendo los pasos de su compatriota Gerald Brenan, comprar un cortijo en la ladera sur de Sierra Nevada, al pie del Mulhacén, en la Baja Alpujarra, y abandonar su acomodada vida en Inglaterra para convertirse en pastor, agricultor, albañil y cuanto su nueva existencia requiriese. "Seguimos el sendero que serpenteaba entre los naranjos y los almendros hasta que llegamos al caude del río, por donde las caballerías avanzaban arrastrando sus cascos entre las calientes piedras y salpicando agua. El sol nos abrasaba desde un cielo desprovisto de nubes. De un humor eufórico, me di cuenta de que me estaba imaginando a mí mismo en una estación de tren por la mañana temprano bajo una fría llovizna, rodeado por otros cientos de hombres de negocios trajeados mientras esperaba el tren para el viaje diario a la rutina. Lo que quiera que resulte de esta decisión, pensé, tiene que ser mejor que eso", explica sobre sus primeros días en tierras andaluzas.

Lógicamente, no se trata de un trabajo de alta literatura, pero el resultado, este Entre limones, es francamente enriquecedor. Para empezar, porque en verdad rezuma optimismo y ganas de superar los contratiempos por cada una de sus páginas; no en vano, apenas comprado El Valero, el nuevo propietario se entera de que su cortijo se encuentra en terreno inundable para la construcción de un embalse. Además, es un libro escrito por alguien con sentido del humor, lo que al menos vale tanto como la capacidad para construir buenos monólogos interiores, pongo por caso. Y encima demuestra que, para ser feliz, la sencillez es mucho más efectiva que las sofisticaciones más untuosas y en ocasiones vacías: "El ser humano, para vivir feliz, solo necesita una familia y un naranjo. Bueno, eso del naranjo lo pienso ahora; antes pensaba que bastaba una mujer", confiesa Stewart en una entrevista.

Tras más de un millón de ejemplares vendidos, traducciones a distintos idiomas y otras dos nuevas obras (El loro en el limonero, también en Almuzara; y The Almond Blossom Appreciation Society), Chris Stewart se ríe de las comparaciones con Brenan: "yo solo soy un payaso" que busca "entretener"; y prefiere verse como un esquilador de ovejas más que como un escritor, lo que, en mi opinión, no hace sino aumentar su mérito: la humildad y el entusiasmo combinan perfectamente, y además son muy de agradecer.

jueves, 26 de junio de 2008

La paz de las galaxias: libros que fueron blogs

Cuando, en 1971, el joven Michael Hart decidió crear su Proyecto Gutenberg, abrió un camino que, casi 40 años más tarde, se ha convertido incluso en una colosal expectativa económica. Tanto instituciones públicas como firmas privadas han decidido apostar por la difusión mundial del conocimiento a través de internet transformando la cultura impresa de toda época en páginas electrónicas a las que cualquiera puede acceder, desde cualquier punto del planeta, con un ordenador conectado. Los depositarios de los principales tesoros de la civilización han abierto así sus cofres más valiosos como sus predecesores hicieron hace siglos, cuando Gutenberg los dejó sin excusas.

Madre Electricidad
Llegados a este punto, los amantes del libro de toda la vida comenzamos a temblar. A las pantallas de escritorio y portátiles se sumaron los e-books, que parecían traer una idea fija entre ceja y ceja: condenar el papel al olvido. Nos prometían abarcar miles de ejemplares con una sola mano, además de periódicos, revistas y otros documentos; nos consentían subrayar y anotar; podíamos llevarlos bajo el brazo, irnos con ellos a la playa o a la cama; incluso cuidaban de nuestros cansados ojos, adaptando el tamaño de la letra a nuestras necesidades/precariedades. Ya nada parecía tener sentido si no poseía un cable que lo uniera a la Madre Electricidad. Es más, un día alguien me mandó una pizca de un cuento de Isaac Asimov, "The Fun They Had", que transcurre en 2157: "El abuelo de Margie dijo que cuando era pequeño su abuelo le contó que hubo una época en que los cuentos estaban impresos en papel. Uno pasaba las páginas, que eran amarillas y se arrugaban, y era divertidísimo leer palabras que se quedaban quietas en vez de desplazarse".

Pero en medio de la zozobra surgió la voz de Alberto Manguel, el lector por antonomasia, el protolector, convencido de que "El futuro del libro está asegurado por la perfección del objeto que hemos inventado. Es como la rueda o el cuchillo: durarán porque no pueden ser mejorados". No está solo en los buenos augurios el de Una historia de la lectura: para Roger Chartier, "No hay que ser catastrofista sobre el futuro del libro. Habrá una coexistencia, no necesariamente pacífica, entre el manuscrito, el libro impreso y la edición electrónica" (Historia de la lectura en el mundo occidental); y los apoya José Antonio Millán: "La lectura futura estará repartida entre el libro electrónico y el libro auténtico".

Una pirueta desde la pantalla
Por si se precisaran muestras de esa complementariedad, Editorial Alfaguara y El Boomeran(g), el blog literario latinoamericano, han consumado la singular pirueta de transformar en papel lo que antes fueron cinco ciberaventuras mantenidas casi a diario por Félix de Azúa (Abierto a todas horas), Marcelo Figueras (El año que viví en peligro), Santiago Roncagliolo (Jet Lag), Sergio Ramírez (Cuando todos hablamos) y Vicente Verdú (Passé composé). Cinco blogs o bitácoras cuyos posts o entradas corrían el riesgo de perderse desmadejados en el océano digital y que han sido recuperados con la forma que inventó Gutenberg para que encajen perfectamente en nuestras bibliotecas de andar por casa.

Como explica Basilio Baltasar, director de La Oficina del Autor y editor de El Boomeran(g), la colección Libros del Blog pretende fomentar la relación que debe existir entre la Galaxia Gutenberg y la Galaxia Google, evitar el divorcio de ambas culturas y promover nuevas formas expresivas en la Red; en definitiva, proporcionar a la literatura un espacio en el que se reinvente. Los autores han salido satisfechos del desafío: Roncagliolo celebra la libertad creativa y la flexibilidad total del ciberespacio; Figueras recuerda a quienes descubrió durante el lance (Serpiente Suya, Enea, Olga Trevijano, Mayté/Palas y el resto de comentaristas de sus comentarios, a quienes, por cierto, se echa de menos en el formato impreso, así como los hiperenlaces: ¿por qué no buscar fórmulas para volcarlos al papel?); para Verdú, el blog "ha sorteado las instituciones que expenden títulos y discriminan entre el bien y el mal", "es anarquista, popular, irreverente, amoral" y "por el momento, no se presta al juicio de la crítica instituida".

En la pantalla o encuadernadas, lo importante es que las palabras alcancen cuantos ojos sean posibles, y desde ahí profundicen. "Los libros siempre son vidas de más", le oí un día a Almudena Grandes. Las formas de sus cuerpos, en seres tan imprescindibles, es lo de menos.

 
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