martes, 15 de julio de 2008

Un naranjo y una mujer

Hace ahora un par de años, poco después del verano de 2006, cuando regresaba al trabajo convenientemente deprimido, un libro me llamó la atención desde la mesa de novedades de mi Librería Compas. No conocía a su autor, ni había oído nada sobre su argumento, pero la imagen de la cubierta refulgía imponente enmedio de aquella amalgama de propuestas; en ella, unas refrescantes rodajas de limón aparecían tendidas al sol, como prendas, ante un cielo azul celeste que recordaba sin vacilaciones el que yo venía de disfrutar. Chris Stewart, leí; y luego: Entre limones. Pero lo que realmente me obligó a escogerlo y escudriñarlo un poco fue su subtítulo: Historia de un optimista. Novela. Y pensé que eso era precisamente lo que yo necesitaba en aquel momento, un poco de ganas de vivir; y me prometí que tarde o temprano, en cuanto los compromisos me lo permitieran, aquel libro debía ser mío, o sea, había de leerlo.

El viaje diario a la rutina
Pasó un verano y por fin ha llegado este, y Entre limones. Historia de un optimista ha sido finalmente mío. Ahora en una edición de bolsillo de Almuzara y con el subtítulo ligera y adecuadamente modificado, al amputarle el término Novela, pues no se trata de ninguna ficción lo que su autor cuenta en el relato, sino de una entretenida y educativa peripecia en la que, junto a su familia, se encuentra instalado desde hace dos decenios, cuando decidió, siguiendo los pasos de su compatriota Gerald Brenan, comprar un cortijo en la ladera sur de Sierra Nevada, al pie del Mulhacén, en la Baja Alpujarra, y abandonar su acomodada vida en Inglaterra para convertirse en pastor, agricultor, albañil y cuanto su nueva existencia requiriese. "Seguimos el sendero que serpenteaba entre los naranjos y los almendros hasta que llegamos al caude del río, por donde las caballerías avanzaban arrastrando sus cascos entre las calientes piedras y salpicando agua. El sol nos abrasaba desde un cielo desprovisto de nubes. De un humor eufórico, me di cuenta de que me estaba imaginando a mí mismo en una estación de tren por la mañana temprano bajo una fría llovizna, rodeado por otros cientos de hombres de negocios trajeados mientras esperaba el tren para el viaje diario a la rutina. Lo que quiera que resulte de esta decisión, pensé, tiene que ser mejor que eso", explica sobre sus primeros días en tierras andaluzas.

Lógicamente, no se trata de un trabajo de alta literatura, pero el resultado, este Entre limones, es francamente enriquecedor. Para empezar, porque en verdad rezuma optimismo y ganas de superar los contratiempos por cada una de sus páginas; no en vano, apenas comprado El Valero, el nuevo propietario se entera de que su cortijo se encuentra en terreno inundable para la construcción de un embalse. Además, es un libro escrito por alguien con sentido del humor, lo que al menos vale tanto como la capacidad para construir buenos monólogos interiores, pongo por caso. Y encima demuestra que, para ser feliz, la sencillez es mucho más efectiva que las sofisticaciones más untuosas y en ocasiones vacías: "El ser humano, para vivir feliz, solo necesita una familia y un naranjo. Bueno, eso del naranjo lo pienso ahora; antes pensaba que bastaba una mujer", confiesa Stewart en una entrevista.

Tras más de un millón de ejemplares vendidos, traducciones a distintos idiomas y otras dos nuevas obras (El loro en el limonero, también en Almuzara; y The Almond Blossom Appreciation Society), Chris Stewart se ríe de las comparaciones con Brenan: "yo solo soy un payaso" que busca "entretener"; y prefiere verse como un esquilador de ovejas más que como un escritor, lo que, en mi opinión, no hace sino aumentar su mérito: la humildad y el entusiasmo combinan perfectamente, y además son muy de agradecer.

 
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