lunes, 25 de junio de 2007

Ahorcados

De niño, pensaba que el final llegaba siempre con el fuego. La ciudad se convertía en una extensa llamarada y el aire se llenaba de luciérnagas de ceniza que ninguno de nosotros se atrevía a cazar. A veces se posaban en tu hombro, en la manga de una camisa blanca echándola a perder, en el pelo rubio de esa mujer morena, y era el instante de lanzarse sobre ellas para matar su luz. Pero eso sólo ocurría de niño.

Me di cuenta de que ya no lo era, por ejemplo, la mañana de un 24 en que, por primera vez en años, un escalofrío idiota me recurrió el cuerpo al darme cuenta de que los ninots ya habían sido ahorcados, sogas de pólvora que, al acabar para siempre aquel día, estallarían convocando el fin. No sé, puede que fuera el muñeco de un político, la caricatura de un actor de cine, el espantajo de un simple anónimo de la calle. En serio: me dolió verlo allí, con su gesto deforme, la piel amarilla, las manos grandes y la cuerda incendiaria rodeándole el cuello; era la viva imagen de la muerte.

Cuándo, me pregunté mirándole a los ojos, empieza una persona a morir. ¿En el instante en que su corazón, harto de todo, decide cruzarse de brazos o cuando, años atrás, comenzaron a darse las malditas condiciones que, por fin, empujaron a ese mismo corazón a hartarse de todo y cruzarse de brazos para siempre? O quizá sea en el preciso momento en que uno nace cuando empieza a morir...

El monigote no me pudo responder. Ni siquiera con su silencio lo hizo. Se quedó allí, grotesco, burlón, exagerado, unido a la muerte por esa lía de color papel de embalar que, a media noche, lo borraría sin compasión de nuestras calles para instalarlo hasta siempre en mi recuerdo.

¿Sacaría la lengua antes de morir, ese ninot?

martes, 5 de junio de 2007

Borrachos, fascistas, gilipollas

Éste es el manual sobre literatura en español que todo docente de la matería debería leer. Quienes nos quejábamos como alumnos de la excesiva solemnidad que transmitían nuestros profesores, posiblemente años después, ya sobre la tarima, hemos cometido el mismo error taxidermista. Las novelas y los versos los escriben las mujeres y los hombres, y que arroje la primera piedra el que, por una cosa o por otra, no ha demostrado nunca esa humanidad.

Borrachos, groseros, pedantes, glotones, agresivos, fascistas... incluso gilipollas (como Amado Nervo para Unamuno y Valle-Inclán), quienes han construido la gran historia de la literatura en este idioma desde el XIX hasta nuestros días, incluso después, son los protagonistas de Manual de literatura para caníbales, un magnífico libro escrito por el asturiano Rafael Reig que rebosa erudición y sentido del humor, algo por lo común tan difícil de conjugar.

Sin duda, las mejores páginas del volumen son las dedicadas a Darío, el autor con quien Reig habría querido "compartir mesa literaria" porque "era un hombre incorregible: bebía, comía y follaba más de la cuenta". Es bellísima la imagen del poeta que construye: como el albatros, "príncipe de las nubes", pero un pelele digno de toda burla en tierra, a pie, despojado de la lírica con la que le abrigaba el alcohol.

En el otro lado Cela, chivato, censor, abonado permanentemente al plagio, manipulador... "Se trata de un caso ejemplar de miseria moral. Siendo la miseria moral un lugar común de todos los tiempos y sociedades, insisto en lo de ejemplar": son palabras dedicadas al autor de La colmena por Alejandro Gándara en un comentario sobre el manual de Reig; pero añade: "qué aporta el derribo —por lo demás, asumido casi popularmente- y hasta qué punto la ausencia de piedad que exigen los malvados no nos mancha también las manos (y la escritura)". Puede que tenga razón en lo segundo, aunque no estoy seguro de lo primero: en un país tan acostumbrado a perdonar siempre a los mismos, la luz es de todo punto, creo, recomendable, en especial si tenemos en cuenta que el Nobel, igual que muchos otros señoritingos en distintos ámbitos, se marchó de rositas sin que prácticamente nadie osara recordarle qué clase de persona fue, y no sólo durante la guerra y la postguerra.

Por si lo escrito no fuese suficiente, añadiré un valor más al libro de Reig: el fomento de la lectura. Uno sale de este volumen con ganas de abalanzarse sobre Fortunata y Jacinta, de Galdós ("la mejor novela española de todos los tiempos (sí, a pesar de Cervantes)"); sobre la correspondencia entre el canario y la Pardo Bazán; sobre Fabulosas narraciones por historias, de Orejudo..., pero también sobre la propia literatura anterior de Rafael Reig: Guapa de cara, Autobiografía de Marilyn Monroe, Hazañas del capitán Carpeto..., que puede encontrarse con el sello de Lengua de Trapo.

 
Add to Technorati Favorites