domingo, 14 de diciembre de 2008

El Esperpento

La tragedia nuestra no es tragedia, afirma, en Luces de bohemia, Max Estrella. Es ¡el Esperpento! Y Rafael Azcona, discípulo de Baroja pero siempre tan valleinclanesco, asimiló esa lección como poética. Al menos eso denotan sus novelas, sus cuentos, sus películas a lo largo de su trayectoria literaria.

El pisito. Novela de amor e inquilinato (editada por Juan Antonio Ríos para Cátedra) es buena prueba de ello. Publicada y convertida en filme (dirigido por Marco Ferreri) a finales de los cincuenta del pasado siglo, narra una historia de supervivencia en un contexto que el Gobierno de turno, conducido por aquel dictador ridículo, se empeñaba en vender como heroico. Todo transcurre en una ciudad, Madrid, "tenebrosa, en blanco y negro", que intentaba superar las consecuencias de una terrible guerra aferrándose al teatro (malo) de las apariencias. El hambre y la falta de vivienda digna eran, entre otros, los grandes problemas de la mayor parte de la gente mientras unos pocos, con el crucifijo en una mano y la pistola en la otra, continuaban refocilándose, como los cerdos en el barro, con su santa cruzada.

Tanto en papel como en imágenes, el argumento de El pisito nos lleva muchas veces a la risa, sobre todo cuando, ya en la pantalla, el personaje protagonista aparece encarnado en José Luis López Vázquez, uno de los mejores actores del cine español. Pero, finalmente, la sensación que dejan una y otra versión es, por muchos motivos, dolorosa; al menos para quien, como yo, sabe que sus padres también tuvieron que soportar esa miseria, esa pobreza material y moral, esa incultura. Ese esperpento.

 
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