jueves, 29 de noviembre de 2007

Las provechosas visitas de Fernán-Gómez

He visto el rostro de Fernando Fernán-Gómez ocupando toda la pantalla centenares de veces; sin embargo, al enterarme de su muerte, el primer semblante suyo que se me vino al recuerdo, casi en tromba, fue el del viejo, entrañable, maestro republicano que hablaba de libertad, del poder de las palabras, de los pequeños milagros de la naturaleza, en aquella película maravillosa de Cuerda, La lengua de las mariposas, que, en cuanto me descuide, pienso volver a disfrutar: “En el otoño de mi vida –dice el maestro Fernán-Gómez en ella–, yo debería ser un escéptico, y en cierto modo lo soy. El lobo nunca dormirá en la misma cama con el cordero; pero de algo estoy seguro: si conseguimos que una generación, una sola generación, crezca libre en España, ya nadie les podrá arrancar nunca la libertad”.

Porque, a pesar de la seguramente merecida (y hasta buscada por él mismo) fama de irascible del actor, director, escritor, yo creo que en el fondo todo el mundo quería a Fernán-Gómez, incluso estoy convencido de que nadie le tuvo del todo en cuenta en serio sus gruñidos, sus improperios, ni siquiera quienes los sufrieron a bocajarro; a fuerza de verlo por casa tantas veces, un día convertido en Don Mendo, al siguiente en misionero, al otro en futbolista calamidad, Fernando Fernán-Gómez era ya casi como de la familia, no sé, el otro tío, el otro cuñado, el otro abuelo.

Cómicos
Si me pongo a recordar las películas de Fernán-Gómez (como actor, como escritor, como director) que, por unas cosas o por otras, me han dejado huella, me quedo sin espacio, no hay duda; así que quiero centrarme en una en la que fue todo eso (actor, escritor, director), que comenzó siendo un serial radiofónico, se convirtió en una excelente novela y de ahí saltó a la pantalla como un filme que, sobre todo si además también el teatro te enseñó a vivir, como a mí, no puedes cansarte de ver: El viaje a ninguna parte, claro.

Quizá este sea uno de los mejores ejemplos de éxito a la hora de traducir la letra a imagen. No sé qué fue primero para mí, el libro o la cinta; en cualquier caso, creo imposible imaginar ya a un Carlos Galván distinto del que clava José Sacristán, a un Arturo Galván con otra cara que no sea la del propio Fernán-Gómez, a un zangolotino al que el labio no le cuelgue como a Gabino Diego, a quien se había descubierto, si no me equivoco, en la versión cinematográfica de otra magnífica pieza de Fernán-Gómez, Las bicicletas son para el verano.

El viaje a ninguna parte es un libro, y una película, no sobre el teatro, sino sobre el teatro ambulante, “de vagabundos”, como dice Juanita Plaza; es un libro, y una película, no sobre la memoria, sino sobre cómo la memoria también puede ser un refugio; es un libro, y una película, sobre una España que duele, pero de la que se pueden sacar excelentes lecciones vitales. No creo que sea una casualidad: este libro, esta película, me recuerdan siempre una hermosa frase de Jean Cocteau: “No importan el fracaso ni el éxito, sino haber traspasado de parte a parte un solo corazón”.

A Carlos Galván, como he dicho Sacristán en la pantalla, le parece que la suya, la de cómico harapiento, es la profesión “más bella que existe”, y que él, en medio de la miseria en la que vive, pertenece a una “casta privilegiada” que hace reír, gozar y llorar a la gente, qué generosidad. Así también Fernán-Gómez, cubierto su ataúd por la bandera anarquista en medio del escenario del Español, ha podido marcharse tranquilo tras el the end: le recordaremos siempre como alguien que nos hizo reír, gozar y llorar, que se colaba en casa como uno más de la familia para hacernos pasar un buen rato, que nos enseñó, en fin, que la vida vale la pena por tantas cosas: por una buena película, por un buen libro, un beso… Sinceramente, le agradezco todas las veces que nos visitó surgiendo desde aquella pantalla, durante mucho tiempo en blanco y negro: las suyas fueron siempre visitas muy provechosas. (Publicado en el suplemento Arte y Letras del diario Información, 29 de noviembre de 2007)

lunes, 19 de noviembre de 2007

Rebaño de valientes

El joven español apuñalado mortalmente y el joven africano condenado a la tetraplejia son apenas un palmo de la punta del iceberg. La parte visible del cáncer de la intolerancia comienza a ser cada día más extensa. Hace un par de semanas las televisiones e internet reproducían el vídeo de la agresión a una muchacha ecuatoriana en un metro; hace unos años, cómo se prendía fuego a una anciana indigente. Los datos dicen que, en el último año, se han producido en España 2.000 agresiones ultraderechistas, racistas y xenófobas (probablemente la cifra, leída el pasado sábado en Público, ya haya sido superada), pero la lacra viene de lejos.

En 1998, Mariano Sánchez Soler publicó un libro, Descenso a los fascismos (Ediciones B), cuya lectura, por desgracia, resulta hoy más actual que nunca. Mariano denunciaba en él la existencia de 1.300 grupos racistas y neonazis en Europa que llegaban a realizar 500 agresiones diarias, aunque la mayor preocupación del autor la constituían el silencio de nuestros gobernantes en torno al tema y la indiferencia del ciudadano, que únicamente reparaba en el problema cuando se encontraba rodeado por una veintena de energúmenos rapados dispuestos a apalearlo hasta la muerte. Dicho con palabras de Martin Niemöller, pastor protestante: "Cuando los nazis vinieron a llevarse a los comunistas, me callé: yo no era comunista...".


Así es: los nazis vienen; o tal vez habría que decir que siempre estuvieron por aquí, merodeando a nuestro alrededor con forma de bestia imponiéndose por la fuerza porque las palabras, en su incapacidad de evolucionar hasta el estado de ser humano, le superaban. En ocasiones actuando en rebaño, pero también muchas veces solos; en todo caso, siempre contra los más débiles: una anciana, una mujer asustada, un chaval de 16 años, una joven inmigrante... o, cualquier día, usted o yo.


"Cuando vinieron a por mí", decía finalmente Niemöller, aunque hubo un tiempo en que pensamos que era Brecht, "no hubo nadie más que pudiese protestar".

martes, 23 de octubre de 2007

No lo sabe

"No lo sé, es decir, no lo sé". Ésa fue la conclusión a la que llegó el propio Rajoy después de frivolizar sobre el riesgo del calentamiento del planeta, apoyándose, eso sí, en lo que le había dicho su primo. "No lo sé, es decir, no lo sé".

Si no lo sabe, ¿para qué dice nada?

jueves, 11 de octubre de 2007

Gracias, sabios lectores

Que muchas veces los ciudadanos están muy por encima de sus representantes políticos queda patente en los espacios de cartas de los lectores de los periódicos, sección a la que suelo acudir para encontrar la sabiduría que los discursos de varios de nuestros representantes nos niegan, posiblemente por desconocimiento, lo que no es para reír ni siquiera sonreír, sino al contrario.

Tras darme de bruces ayer por la noche con el vídeo nacionalista de Rajoy, abro El País y leo la carta firmada por un lector, Antonio Jiménez Jiménez (Madrid), sobre los interesados y manipuladores (des)conocimientos del líder del PP acerca de la Historia de España. Es mejor leerla al completo que destacar citas, por lo que apenas incurriré en ello un par de veces: "¿Cómo puede decir [Rajoy] que España es una nación de más de 500 años? Hace 500 años se creó una unión territorial parecida a la España actual, gracias al matrimonio entre Isabel de Castilla y Fernando de Aragón. Pero sólo era una unión dinástica"; y más adelante: "Dice usted [o sea, otra vez Rajoy] que somos la nación más antigua de Europa. No sé de dónde saca esto, pero si observa un mapa del siglo XV podrá apreciar que ya existían Francia, Dinamarca, Suecia, Noruega, Inglaterra, Hungría y Portugal, por poner sólo algunos ejemplos".

El problema de ciertos políticos, en realidad politicastros, es creer que la masa de ciudadanos es absolutamente idiota, al menos algo más que ellos mismos; en ese sentido se me vienen al recuerdo algunas imágenes, protagonizadas por el tal Acebes, de los días posteriores al 11-M.

Con todo, en algo seguiré el vídeo de Rajoy, haré un "gesto español": leeré algunas páginas del Quijote, escritas en el mejor español que ha existido por un señor con el que sí es un orgullo tener cosas en común.

jueves, 30 de agosto de 2007

Buen viaje

"Cuando yo era niño, quería un perro; pero, como mis padres eran pobres, sólo pudieron comprarme una hormiga". Algo parecido a eso que contaba Woody Allen me ocurrió a mí de pequeño, pero mi sueño no tenía cuatro patas ni movía el rabo. Yo, de niño, soñaba con viajar, con burlar las tercas fronteras del barrio sin colores en el que vivía y salir volando.

Una tarde, mi padre propuso bajar al centro, y yo me eché a llorar convencido de que tal maravilla no sería posible, seguro que a la altura de la Fábrica de Tabaco una pareja de guardias civiles nos obligaría a regresar por no tener pasaportes. Ante la imposibilidad de poner tierra de por medio y lanzarme a conocer otros mundos, me encerré en las novelas de Verne, de Salgari, de Mark Twain..., que eran aviones de papel capaces de llegar hasta el último rincón del planeta. O puede que fuera al revés: quizá por culpa de aquellos libros había nacido en mí aquella irreprimible ansia de marcharme.

Durante años me tuve que conformar con abrir un García Márquez, un Dostoievski, un Kafka para poder pisar calles que no fueran las de todos los días. "Gracias a los libros -le leí una vez a Muñoz Molina-, nuestro espíritu puede romper los límites del espacio y del tiempo, de manera que podemos vivir a la vez en nuestra habitación y en las playas de Troya, en las calles de Nueva York y en las llanuras heladas del Polo Norte". "La lectura es el viaje de los que no pueden tomar el tren", escribió Francis de Croisset.

La Irlanda de Böll
Así las cosas, recientemente he vuelto de Irlanda. Era un país que quería visitar desde que, en un artículo, Manuel Rivas contó que las paredes de sus pubs están adornadas con fotos de escritores: de Joyce, de Yeats, de Wilde..., de Jim Sheridan Le Fanu, autor de cuentos terroríficos que se murió de miedo escribiendo uno (no es broma).

He estado en Irlanda entre 1954 y 1957. Sin moverme de casa ni atrasar el reloj. Me ha bastado con abrir el libro de Heinrich Böll Diario irlandés, magníficamente editado por Galaxia Gutenberg y el Círculo de Lectores hace ya nueve años. Con guías así, es cierto que los viajes aprovechan mucho más: es como si te obligaran a fijar toda tu atención hasta en el último detalle. Gracias al Nobel alemán recorrí de punta a punta ese país tantas veces invadido -pero nunca invasor- donde "la gente traga religión hasta la náusea", donde se ama "la poesía de la desgracia", donde la lluvia es "absoluta, grandiosa y terrible" y donde nunca hay prisas, jamás, porque "cuando Dios hizo el tiempo, hizo suficiente". Es cierto que el arte no consiste sino en mostrar; y eso es lo que hace Böll en este libro: mostrar el corazón de la bella Irlanda mostrando sus silencios, su resignación, incluso sus sinceras mentiras.

"Esta Irlanda existe", dice Böll antes de invitarnos a comenzar el viaje; "pero el autor no se hace responsable si alguien va allí y no la encuentra". Así que esta recomendación es, naturalmente, doble.

viernes, 24 de agosto de 2007

Matar

Desde Nueva York, Bárbara Celis ofrece en el diario El País de ayer un dato que resulta paralizante: 124 personas condenadas a la pena de muerte en EE. UU. han conseguido demostrar que no eran culpables, y se han librado así de la ejecución.

No ya 124, sino únicamente uno de estos casos, o la mínima sospecha de que el Estado pudiese ejecutar a un inocente, debería bastar (si no otras consideraciones anteriores) para que el que se denomina a sí mismo "país más democrático del mundo", invasor de cuantos territorios le parece oportuno para expandir su peculiar idea de libertad (de libertad de mercado, esencialmente), eliminara de una vez esa execrable "práctica de hacer justicia", como allí se califica.

Informa Celis de que muchos de los condenados a morir por el Estado son víctimas "de negligencias en el sistema judicial, de confesiones falsas, de identificaciones erróneas y de defensores incompetentes". Quizá por una o varias a la vez de esas razones morirá próximamente alguna de las 3.350 personas que aguardan su turno en el corredor de la muerte, donde Curtis Edward McCarthy, por ejemplo, pasó 16 años esperando que lo mataran por un asesinato que no cometió.

En Cuba, en China, en Estados Unidos, en Irak, en Japón... Da lo mismo el punto del planeta donde suceda: matar, con el consentimiento o no de la Ley, es matar; y en todas partes resulta igual de fascista.

viernes, 17 de agosto de 2007

Una iglesia como una caja de cerillas

Bajas del tren, sales de la estación, paseas en línea recta diez-quince minutos... y te das de bruces contra la Torre Pendente de Pisa.

El espectáculo que ofrece el Campo dei Miracoli es colosal, ya lo ha dicho todo el mundo. Recomiendo atravesar la Piazza del Duomo rumbo Vía Pisano y, antes de abandonar el recinto, girarse lentamente; cuesta respirar ante tanta belleza: el Battistero en primer término, la Catedral detrás, al fondo la torre que lleva 800 años queriendo tumbarse.

Pero ya lo ha dicho todo el mundo, así que mejor no redundar.

Más que nada porque Pisa ofrece otras bellezas, eclipsadas por tanto milagro en apenas unos metros cuadrados. Al poco de abandonar la estación, por ejemplo, sale al paso el Arno, río que tiene así mismo el privilegio de visitar Florencia, de deslizarse bajo el Ponte Vecchio. Quizá no resulte tan efectista como la que aguarda unos metros adelante, pero la visión de los lungarni (orillas) que acompañan el cauce merece una detenida ojeada: Pacinotti, Simonelli, Sonnino, Gambacorti... Hay que tomar este último, a la izquierda del Palazzo homónimo, y caminar hasta Santa Maria della Spina, una iglesia del tamaño de una caja de cerillas, más o menos, construida en el XIV con el dinero de un mercader que poseía (dicen) una de las espinas de la corona de Jesucristo, de ahí el nombre. El Ponte Solferino es el mirador ideal para contemplar esta iglesita en su contexto, una de las imágenes más hermosas de una ciudad que ofrece milagros de distintas dimensiones a quien la visita.

jueves, 19 de julio de 2007

Murió Fontanarrosa, che

Roberto Fontanarrosa escribió el mejor cuento (al menos el mejor que yo he leído) sobre fútbol. Como título le puso la fecha en que su equipo, Rosario Central, con gol de Aldo Poy, celebró su primer campeonato: "19 de septiembre de 1971"; Valdano lo seleccionó para el volumen Cuentos de fútbol (Alfaguara, 1995): aunque acoge también relatos de Benedetti, Galeano, Roa Bastos, Manuel Vicent..., el de Fontanarrosa es sin duda el punto culminante de la antología, una reivindicación íntegra de la felicidad. La primera vez que lo leí "me cagué de risa", como a Fontanarrosa le hubiese gustado.

Cuando, un rato atrás, vino Sanguino a decirme que El Negro había muerto, de inmediato me acordé del viejo Casale, su cara de dicha cuando el referí dio por terminado el partido, "la locura de alegría en la cara de ese viejo" por "haberle roto el orto a la lepra por el resto de los siglos", la mejor forma de morir para un canalla, un hincha de Rosario Central, como Fontanarrosa (también era culé, lo que me hizo, cuando lo supe, como es lógico, apreciarlo todavía más).

Fontanarrosa es de esos, no muchos, que mueren pero no mueren. Sus cuentos de El mundo ha vivido equivocado están ahí para que no muera. Su doble cuervo que preside los conciertos de Sabina y Serrat. Su Boogie el Aceitoso, su Inodoro Pereyra...

No, la gente así no debería morir, aunque no muera. ¡Con tanto hijo de puta que debería morir siempre, "mala gente que camina y va apestando la tierra"!

La muerte, una vez más, se ha equivocado.

miércoles, 11 de julio de 2007

Llorando

Estuvimos llorando toda la noche: ella se abrazó a mí y yo notaba de qué color sus lágrimas verdes bajaban por mis hombros. Estábamos desnudos. Nos sentíamos la piel de gallina, ella sentada sobre mis rodillas, yo acariciándola por detrás...

Pensar que todo había ido bien al principio, hasta que ella insinuó lo del dinero... Me había quitado la ropa y se había quitado el vestido con la lentitud de un verdugo excelente; pero al decirme treinta, el cristal se hizo añicos. Le dije que sólo llevaba encima quince, quizá mañana vuelva con el resto; ella sonrió:

-Tienes suerte: hoy estoy samaritana.
-¿Buena?
-Buenísima. ¿No crees?

Y sí: la verdad es que estaba inimaginable, como jamás podría escribir. Yo, que nunca acerté con las mujeres, me preguntaba cómo podía estar en ese momento rodeado de tanta perfección: sus labios, sus pechos, su ternura... Unos ojos terriblemente negros.

Había dejado para el final la cuestión de las medias, dulce colofón de seda, y era casi insoportable observarla mientras ponía el pie sobre una silla y las hacía resbalar poco a poco, tejido muslo abajo. Fue entonces cuando dijo lo del dinero; no antes ni después, sino entonces: que necesitaba treinta para solucionar cuatro problemas. Y el cristal...

Le juré que volvería hoy, lo juro, para llevarle el resto, pero pensó que quince estaba bien, o quizá le parecí simpático. Quise conformarme con la segunda opción. La besé. La besé durante un rato (tenía la boca fría), más o menos hasta que rompió a llorar.

Nos abrazamos, la senté en mis rodillas, le pedí que me contara. Creo que es imbécil llorar por amor. Ella me amaba y yo sabía que nunca llegaría a conseguirla. Estuvimos llorando toda la noche, palabra. Ella decía que me amaba y argumentaba nombres, fechas, amigos, lugares.

Estaba abrazada a mí, yo notaba sus lágrimas de color verde resbalando por mi hombro, tenía el cuello de ella a la altura de la boca y no me atrevía a mojarla. Le acariciaba la espalda, sólo eso.

Me habría gustado, cuando me fui, no dejar allí el dinero por no dejarla a ella. Me miraba desde la silla con la cara empapada, los labios cortados... Sí: me está suplicando que me quede, lo noto en cómo se cubre con las manos los pechos, pero no puedo o no quiero cerrar la puerta y quedarme allí dentro, encerrado con ella, condenado a tenerla.

Porque es una puta y la vida es así.

lunes, 25 de junio de 2007

Ahorcados

De niño, pensaba que el final llegaba siempre con el fuego. La ciudad se convertía en una extensa llamarada y el aire se llenaba de luciérnagas de ceniza que ninguno de nosotros se atrevía a cazar. A veces se posaban en tu hombro, en la manga de una camisa blanca echándola a perder, en el pelo rubio de esa mujer morena, y era el instante de lanzarse sobre ellas para matar su luz. Pero eso sólo ocurría de niño.

Me di cuenta de que ya no lo era, por ejemplo, la mañana de un 24 en que, por primera vez en años, un escalofrío idiota me recurrió el cuerpo al darme cuenta de que los ninots ya habían sido ahorcados, sogas de pólvora que, al acabar para siempre aquel día, estallarían convocando el fin. No sé, puede que fuera el muñeco de un político, la caricatura de un actor de cine, el espantajo de un simple anónimo de la calle. En serio: me dolió verlo allí, con su gesto deforme, la piel amarilla, las manos grandes y la cuerda incendiaria rodeándole el cuello; era la viva imagen de la muerte.

Cuándo, me pregunté mirándole a los ojos, empieza una persona a morir. ¿En el instante en que su corazón, harto de todo, decide cruzarse de brazos o cuando, años atrás, comenzaron a darse las malditas condiciones que, por fin, empujaron a ese mismo corazón a hartarse de todo y cruzarse de brazos para siempre? O quizá sea en el preciso momento en que uno nace cuando empieza a morir...

El monigote no me pudo responder. Ni siquiera con su silencio lo hizo. Se quedó allí, grotesco, burlón, exagerado, unido a la muerte por esa lía de color papel de embalar que, a media noche, lo borraría sin compasión de nuestras calles para instalarlo hasta siempre en mi recuerdo.

¿Sacaría la lengua antes de morir, ese ninot?

martes, 5 de junio de 2007

Borrachos, fascistas, gilipollas

Éste es el manual sobre literatura en español que todo docente de la matería debería leer. Quienes nos quejábamos como alumnos de la excesiva solemnidad que transmitían nuestros profesores, posiblemente años después, ya sobre la tarima, hemos cometido el mismo error taxidermista. Las novelas y los versos los escriben las mujeres y los hombres, y que arroje la primera piedra el que, por una cosa o por otra, no ha demostrado nunca esa humanidad.

Borrachos, groseros, pedantes, glotones, agresivos, fascistas... incluso gilipollas (como Amado Nervo para Unamuno y Valle-Inclán), quienes han construido la gran historia de la literatura en este idioma desde el XIX hasta nuestros días, incluso después, son los protagonistas de Manual de literatura para caníbales, un magnífico libro escrito por el asturiano Rafael Reig que rebosa erudición y sentido del humor, algo por lo común tan difícil de conjugar.

Sin duda, las mejores páginas del volumen son las dedicadas a Darío, el autor con quien Reig habría querido "compartir mesa literaria" porque "era un hombre incorregible: bebía, comía y follaba más de la cuenta". Es bellísima la imagen del poeta que construye: como el albatros, "príncipe de las nubes", pero un pelele digno de toda burla en tierra, a pie, despojado de la lírica con la que le abrigaba el alcohol.

En el otro lado Cela, chivato, censor, abonado permanentemente al plagio, manipulador... "Se trata de un caso ejemplar de miseria moral. Siendo la miseria moral un lugar común de todos los tiempos y sociedades, insisto en lo de ejemplar": son palabras dedicadas al autor de La colmena por Alejandro Gándara en un comentario sobre el manual de Reig; pero añade: "qué aporta el derribo —por lo demás, asumido casi popularmente- y hasta qué punto la ausencia de piedad que exigen los malvados no nos mancha también las manos (y la escritura)". Puede que tenga razón en lo segundo, aunque no estoy seguro de lo primero: en un país tan acostumbrado a perdonar siempre a los mismos, la luz es de todo punto, creo, recomendable, en especial si tenemos en cuenta que el Nobel, igual que muchos otros señoritingos en distintos ámbitos, se marchó de rositas sin que prácticamente nadie osara recordarle qué clase de persona fue, y no sólo durante la guerra y la postguerra.

Por si lo escrito no fuese suficiente, añadiré un valor más al libro de Reig: el fomento de la lectura. Uno sale de este volumen con ganas de abalanzarse sobre Fortunata y Jacinta, de Galdós ("la mejor novela española de todos los tiempos (sí, a pesar de Cervantes)"); sobre la correspondencia entre el canario y la Pardo Bazán; sobre Fabulosas narraciones por historias, de Orejudo..., pero también sobre la propia literatura anterior de Rafael Reig: Guapa de cara, Autobiografía de Marilyn Monroe, Hazañas del capitán Carpeto..., que puede encontrarse con el sello de Lengua de Trapo.

jueves, 24 de mayo de 2007

La memoria violeta

El 25 de mayo de 1938, sobre las 11h de la mañana, el Mercado Central de Alicante, donde abundaban las mujeres y los niños, sufrió uno de los bombardeos más brutales de la Guerra Civil: nueve aviones fascistas arrojaron 90 bombas desde una altura de unos 4.000 metros; murieron 300 personas. Después llegó el triunfo franquista, 40 años de dictadura, la muerte tardía del dictador, la Transición y la continuidad del silencio... Hasta finales de 2005: casi 70 años más tarde, un escritor, Miguel Ángel Pérez Oca, se atrevió a recordar lo que había sucedido poco antes de que él naciera. Miguel Ángel usó los recuerdos de su madre y de otras personas que sí vivieron aquel atroz suceso. Aún quedan. Todavía quedan víctimas directas de la barbarie que se han atrevido a contar para que no se repita. La memoria violeta fue silenciada durante decenios, incluso hoy escandaliza a los hijos de quienes no respetaron la democracia, la voluntad de las urnas; son los mismos que, por paradójico o surrealista que pueda parecer, se postulan poco menos que como inventores de la libertad.


Crónica de un olvido
25 de mayo. La tragedia olvidada (Editorial Club Universitario), el libro de Pérez Oca, es una novela entre histórica y policíaca, un reportaje que toma elementos propios de la ficción para relatar lo realmente sucedido. El argumento va aproximándonos página a página a aquel día terrible cuyo 69 aniversario se cumplirá mañana. Giordano Pittaluga, el protagonista, se entrevista con testigos directos de la masacre, busca en los lugares más recónditos, pisa los escenarios de la tragedia; y de ese modo va construyendo la crónica de un olvido mientras, sin embargo, hace memoria: digna y necesaria memoria.

No es en modo alguno un libro para la revancha. Es un intento de construir desde el recuerdo de algo que jamás debió suceder, precisamente para que nunca vuelvan a ocurrir monstruosidades como aquella, aunque la verdad es que no hay día que se salve. El valor ético de la obra queda patente ya en la dedicatoria: "A mi madre, que en los peores tiempos de la dictadura supo inculcarme los valores democráticos". Esos valores son los que hacen valiosísima la memoria violeta.

martes, 22 de mayo de 2007

En Suiza creen en Dios

Hace más de 10 años Paco Sanguino (también conocido como El Cosmonauta Paquito) y yo escribimos el texto teatral Creo en Dios, con el que ganamos el Premio Ciudad de San Sebastián 1995, organizado por la Fundación Kutxa de Guipúzcoa y el Ayuntamiento de Donosti y en cuyo jurado se encontraban José Monleón, Miguel Narros, Emilio Gutiérrez Caba y Elena Pimenta.

La obra fue publicada por Kutxa (San Sebastían, 1995), por la revista Estreno (Universidad de Pennsylvania, primavera de 1998) y por Visor (Madrid, 1998) en su colección Biblioteca Antonio Machado de Teatro. Fue representada por diversas compañías: entre otras, El Club de la Serpiente de Alicante (que dirigió el propio Sanguino), Ababol y Cantinela de Madrid, Caretos de Las Palmas o las argentinas Teatro Babilonia (Tandil) y Universidad del Centro de la Provincia de Buenos Aires. La Biblioteca Virtual Miguel de Cervantes la incluyó en su fondo junto a imágenes de carteles, programas de mano, etcétera.

Hace algunos meses, Josephine Posse-Murgui nos escribió desde Suiza para comunicarnos su interés en traducir la obra y llevarla a escena. Aunque hace tiempo que no publicamos ni estrenamos, o tal vez precisamente por eso, una propuesta así llena de, primero, sorpresa y, luego, entusiasmo. ¿Qué pudo ver Josephine en una obra escrita hace tanto tiempo y en una ciudad tan lejana a la suya?

El caso es que Je crois en deux, "comédie de Francisco Sanguino et Rafael González et traduite par Josefina Murgui", a cargo de la Cie. Corifée, se estrenará en L'Oblo (Lausanne) el próximo 1 de junio, y permanecerá allí hasta el 10; posteriormente, entre el 17 y el 20 de octubre, podrá verse en el Café-théâtre de la Voirie, en Pully.

Nuestro agradecimiento a quienes han hecho posible este pequeño milagro laico.

viernes, 11 de mayo de 2007

La vida no es pasar el rato

Conocido sobre todo como escritor de las películas Amores perros, 21 gramos, Los tres entierros de Melquíades Estrada y Babel, Guillermo Arriaga (Ciudad de México, 1958) es así mismo autor del libro de cuentos Retorno 201, que comento en el blog El lector sin prisas, y de las novelas Un dulce olor a muerte, Escuadrón Guillotina y El búfalo de la noche.

"Entiendo el mundo narrándolo -dice Arriaga-. Si no cuento historias, el mundo sería incomprensible para mí"; y así nos explica la vida a sus lectores. Retorno 201 es perfecto para retomar su obra desde el principio, desde sus orígenes. O para iniciarse en ella ordenadamente.

"La vida no es pasar el rato", advierte este autor cuyos textos saben a calle, con un toque de Faulkner y otro de Rulfo; de su compatriota toma prestada esta frase para describir su propio estilo: “Que la palabra cuente, no cante”. Buen consejo.

martes, 8 de mayo de 2007

Arzobispadas

Ahora sí que estoy hecho un lío. No sé si votar a Comunión Tradicionalista Católica, a Alternativa Española, al Tercio Católico de Acción Política o a la Falange Española de las JONS. La culpa la tiene el arzobispo de Pamplona, D. Fernando Sebastián Aguilar, quien ha descrito a esos partidos como "dignos de consideración y de apoyo" en un documento publicado en la página web de la Iglesia Católica Navarra.

Al parecer, el texto forma parte de una conferencia ofrecida por el arzobispo en León el pasado mes de marzo con el título de "Situación actual de la Iglesia, algunas orientaciones prácticas". Exactamente dice: "Hoy en España hay algunos partidos políticos que quieren ser fieles a la doctrina social de la Iglesia en su totalidad, como p.e. Comunión Tradicionalista Católica, Alternativa Española, Tercio Católico de Acción Política, Falange Española de las JONS. Todos ellos son partidos poco tenidos en consideración. Tienen un valor testimonial que puede justificar un voto. No tienen muchas probabilidades de influir de manera efectiva en la vida política, aunque sí podrían llegar a entrar en alianzas importantes si consiguiesen el apoyo suficiente de los ciudadanos católicos. Por eso no pueden ser considerados como obligatorios, pero sí son dignos de consideración y de apoyo". ("Alianzas importantes": ¿con quiénes?, ¿con qué partidos?, ¿o partido?)

Se ve que el arzobispo es un hacha con el boli. Hace unos años publicó una "Carta desde la fe" en la que afirmaba: "Si nos callamos y dejamos que se vaya normalizando eso de que da lo mismo ser homo que hetero, es posible que nos encontremos dentro de poco con una verdadera epidemia de homosexualidad, fuente de problemas psicológicos y de frustraciones dolorosas".

"Cuando despertó -decía Monterroso-, el dinosaurio todavía estaba allí".

sábado, 5 de mayo de 2007

El dramaturgo Mario Benedetti

Uno de los principales logros de Mario Benedetti ha sido el de saber adaptar lo que tenía que decir, a veces con tremenda urgencia, a diferentes formas, a prácticamente todos los géneros literarios: poesía, novela, cuento y microcuento, ensayo, periodismo, crítica literaria, entrevista, letras de canciones, "graffitti sin muros"... incluso al teatro. En ese sentido, el autor uruguayo se ha comportado como un habilísimo camaleón, hasta el punto de que, en ocasiones, le ha dado a una novela la forma de un largo poema (El cumpleaños de Juan Ángel), ha escrito microcuentos en verso o, como en "El resto es selva" o "Los viudos de Margaret Sullavan", ha hecho pasar por relatos lo que en realidad eran capítulos de un volumen de memorias que, por desgracia, parece que Benedetti no se animará a escribir nunca. Su compatriota Ernesto González Bermejo supo describir muy bien esa capacidad con esta sentencia: "Le falta nada más que la ópera".

Pero, sin duda, de todos los Benedettis posibles, el menos conocido es el Benedetti dramaturgo, hasta el punto de que son muchos los forofos del autor de La tregua que piensan que Pedro y el capitán es la única excepción dramática en la nutrida nómina bibliográfica del uruguayo. Por distintas razones, algunas propiciadas por el propio Benedetti, es lógico ese desconocimiento.

La preparación de una conferencia sobre la dramaturgia benedettiana (impartida en la Universidad de Alicante) me ha hecho regresar a un asunto al que ya me aproximé hace 10 años con motivo del Congreso Internacional Mario Benedetti, cuyas actas se publicaron con el título Mario Benedetti: inventario cómplice. Entonces señalé que, realmente, esa ignorancia pesaba en general sobre el teatro latinoamericano: los grandes poetas, los grandes cuentistas, los grandes novelistas de aquel continente mestizo son conocidos en todo el mundo: Neruda, César Vallejo, Nicolás Guillén, Gabriela Mistral, Borges, García Márquez, Cortázar, Vargas Llosa...; ¿pero qué pasa con los grandes dramaturgos latinoamericanos?, ¿hasta qué punto son conocidos Florencio Sánchez, Rodolfo Usigli, Salazar Bondy, Osvaldo Dragún, José Triana, Jorge Díez, Carlos Maggi, José Ignacio Cabrujas, Paulovsky, Griselda Gambaro, Rosencoff, Daniel Veronesse, Marco Antonio de la Parra, Rafael Spregelburd u otros muchos a los que, por cierto, es muy fácil aproximarse a través de la sede electrónica del Centro Latinoamericano de Creación e Investigación Teatral (CELCIT)? La situación es más sangrante en España, ya que no sólo compartimos idioma, sino que contamos, desde 1985, con el Festival Iberoamericano de Teatro de Cádiz, que en 2007 celebrará su XXII edición y por el que han pasado los nombres más importantes de la escritura y del espectáculo teatral de América Latina de finales del siglo XX y principios del XXI.

Por tanto, el desconocimiento evidente de la obra teatral de Benedetti es, en primer lugar por contexto, como decía, lógico. Pero también es justo añadir que el propio Benedetti ha contribuido decididamente a ese semi-desierto. En carta personal de 1987 me escribe: "Lamento que hayas tenido que leer Ida y vuelta. Hoy día me siento muy lejos de esa broma teatral. De mis 4 piezas de teatro, la única rescatable, me parece, es Pedro y el capitán".

Cuatro intentos
¿Cuántas obras teatrales ha escrito Benedetti? Los pocos estudiosos que se han acercado a este rincón de su obra señalan cifras distintas. Yo apuesto por cuatro: Ustedes, por ejemplo (escrita en 1950 o 1953), Ida y vuelta (escrita en 1955), El reportaje (1.ª ed.: 1958) y Pedro y el capitán (estreno y 1.ª ed.: 1979). Como decía antes, esta última es no ya la más conocida, sino la única comúnmente conocida, una pieza que en principio fue pensada como novela (con el título El cepo), pero que acabó engrosando la exigua nómina teatral de Benedetti cuando el propio Benedetti ya se había confesado retirado del género.

Pedro y el capitán ofrece al menos tres cuestiones esenciales para comentar: la presencia de la violencia en escena, la naturaleza del torturador y el tema de la traición. Empezaré por el último, cuya lección debe ser sin duda la primera.

Cada una de las cuatro escenas del texto acaba con una solicitud por parte del represor para que Pedro delate a algunos compañeros; sistemáticamente, y a pesar de la demolición física a la que está siendo sometido, Pedro se niega a traicionar y, con ello, se expone a una nueva sesión de tortura que, finalmente, le conducirá a la muerte. Lo sabe, pero su dignidad está por encima de todo. Años antes, en Poemas de otros, Benedetti había dejado dicho: "es mejor llorar que traicionar / [...] es mejor llorar que traicionarse" (en "Hombre preso que mira a su hijo").

En cuanto al tema de la naturaleza del represor, Benedetti plantea su obra como un intento de "indagación dramática en la psicología de un torturador". "Por qué -se pregunta-, mediante qué proceso un ser normal puede convertirse en un torturador". Por mi parte, he de decir que, aunque aprecio Pedro y el capitán, al igual que casi todo lo que ha salido de la pluma o el ordenador de Benedetti, en este aspecto la pieza me produce bastante frustración, pues, aunque leída varias veces, incluso vista sobre las tablas, la obra continúa sin aclararme la duda: por qué alguien se convierte en torturador, mediante qué proceso se llega ahí, a esa infamia. Ni siquiera el documental El alma de los verdugos, una producción de los Servicios Informativos de Televisión Española con guión y dirección del excelente periodista Vicente Romero (sobre una idea de Baltasar Garzón), logra responderme. En él habla, entre otros muchos, Eduardo Galeano, un escritor al que quiero y admiro pero con el que necesito no estar de acuerdo esta vez: según Galeano, cualquiera de nosotros alberga un santo, un héroe, un canalla, un verdugo..., y, convenientemente estimulados, como hizo el Pentágono con muchos de los torturadores del Cono Sur, es fácil sacar lo peor de nosotros. El autor de Días y noches de amor y de guerra, un libro imprescindible, cuenta uno de los trucos que usaban los instructores estadounidenses: hacían que cada alumno adoptara un cachorro de perro, un pajarito: un ser querible, en suma; les pedían que, durante unos meses, lo criaran, y así le fueran tomando cariño; después les obligaban a estrangularlo: de ese modo se conseguía "matar el nervio de la ternura, matar lo mejor que cada persona puede tener dentro de sí para desarrollar lo peor".

Tarantino y Kevin Carter
Finalmente, quiero referirme a la presencia de la violencia en escena en Pedro y el capitán. El propio Benedetti advierte: "aunque la tortura es, evidentemente, el tema de la obra, como hecho físico no figura en la escena", ya que se trataría de "una agresión demasiado directa al espectador y, en consecuencia, pierde mucho de su posibilidad removedora". Hugo Alfaro, en conversación con Benedetti, da una explicación bastante convincente de esa invisibilidad de la violencia ("Como si para hacerle justicia a ciertos horrores, éstos debieran ser sólo imaginados, no vistos. Porque la mirada se concentra fatalmente en el tormento físico, y deja escapar el espanto esencial de un hombre destruyendo pacientemente a otro.") que me hace pensar de inmediato en una película y en una foto.

La película es Reservoir dogs, de Quentin Tarantino. La escena más famosa de esta película es la conocida como escena de la oreja. El señor Rubio (Michael Madsen) baila alrededor de un policía atado de pies y manos y sentado en una silla. Su rostro muestra signos evidentes de haber sido golpeado con brutalidad. Madsen saca una navaja de un bolsillo, se sienta sobre las piernas del policía, le agarra una oreja y, antes de que se la rebane, la cámara se desvía hacia un lado, enfocando hacia la rampa del almacén y quedándose ahí, como si tal escenario tuviera algo interesante que mostrar. Sobre ese plano oímos los gritos del policía, la voz del Sr. Rubio y la música de los Stealers Wheel. Escuchamos los gritos del policía, pero no vemos, aunque sin duda imaginamos, lo que ha sucedido. No sólo no apartamos la mirada de la pantalla; la fijamos más si cabe, ponemos todos los sentidos en imaginar lo que está sucediendo ahí al lado. El efecto es mucho más impactante que si la tortura se hubiera mostrado en toda su crudeza.

En cuanto a la fotografía, se trata de una imagen que ganó el prestigioso Premio Pulitzer en 1994. Es una foto del sudafricano Kevin Carter realizada en Sudán. Es la foto que hizo famoso a Carter y acabó matándolo, unos meses después de recibir el premio. Es la foto que situó a Sudán en el mapa, que hizo que mucha gente tomara conciencia de que África se moría de hambre. Carter abandonó la Sudáfrica que renacía tras el apartheid y apareció en Sudán dispuesto a mostrarle al mundo una tragedia que sucedía sin que a Occidente le importara un bledo, pese a que las armas que servían para construir la guerra en Sudán fueran occidentales. Durante 20 minutos estuvo observando la escena que protagonizaban una niña famélica y un buitre. No pudo hacer la foto que quería, porque el buitre no se decidió a aproximarse más a la niña y abrir sus alas, el abrazo de la muerte. En Occidente, quienes jamás se habían preocupado por los millares de muertos de hambre africanos culparon a Carter de no prestar ayuda a la niña sino dedicarse a fotografiarla. Carter acabó suicidándose.

La foto de Carter es valiosa especialmente por una cuestión: nos obliga no ya a observarla, sino a escudriñarla hasta el último rincón. Cuando vemos en televisión la imagen de un niño africano con el rostro lleno de moscas o el vientre hinchado por el hambre, tendemos a apartar la mirada, horrorizados. Aquí no. Aquí, repito lo que he dicho para el caso de la escena de Reservoir Dogs, no sólo no apartamos la mirada de la imagen; la fijamos más si cabe, ponemos todos los sentidos en imaginar lo que representa: el efecto es mucho más impactante que si los efectos del hambre y la pobreza se hubieran mostrado en toda su crudeza.

Pedro y el capitán recibió importantes premios, fue representada en centenares de ocasiones, ha tenido decenas de ediciones y ha sido llevada al cine y traducida a varios idiomas. Sin embargo, en Uruguay fue despreciada: "cedería todos los éxitos obtenidos por la obra en el exterior -confesó Benedetti a Paoletti- a cambio de una buena acogida en mi propio país".

Volver al teatro de Benedetti me ha servido, sobre todo, para volver una vez más a Mario Benedetti, un escritor al que siempre estaré agradecido literaria y personalmente. Un ejemplo, para mí, de sentido ético y honestidad. Un hombre, como dijo Machado para sí, "en el buen sentido de la palabra, bueno".

viernes, 27 de abril de 2007

El fisonomista

Al principio ni siquiera fue un juego; sólo se trataba de un inconsciente tic, una pirueta que divertía a los amigos cuando no se sentían afectados: alguien entraba en un café o en el cine poco antes de empezar la película y yo le encontraba un exagerado parecido con tal actor, tal político o simplemente Genoveva, la novia de Valeriano, una flaca sombría que se lo había llevado para siempre de nuestra panda, decía que no teníamos estilo. La amigada sonreía, le hacía gracia mi facilidad, algunos discutían el hallazgo, pero la mayoría estaba de acuerdo en que aquel tipo, aquella muchacha, con más pelo, con los labios finos, con la nariz un poco menos aguileña, podría pasar sin mucho apuro por el famoso o tan sólo el conocido que yo había citado.

Con el tiempo la manía comenzó a hacerse molesta; para los demás, todavía no para mí. La habilidad se me fue convirtiendo poco a poco en vicio y escapando de las manos y desde que abría los ojos al amanecer buscaba semejanzas entre los rasgos de todo el mundo. Vi en Cádiz, adonde viajé por asunto de trabajo, al doble casi exacto de mi primo Tente; en un bar de Malasaña, en Madrid, hablé durante hora y media, tres cervezas, con una réplica más o menos lograda de ese actor tan popular (no recuerdo ahora el nombre) que tuvo una aventura con la escritora Araceli Mir; y Zaragoza, Gaspar Zaragoza, el ex banquero que lleva un mes durmiendo en prisión, es el padre de mi cuñado: fue decírselo y el pobre hombre ya no sale a la calle por miedo a que le encarcelen a él también.


Pero desde hace unos días yo soy quien más aborrece la travesura. La explicación es terrible: ahora veo aires futuros. Primero me pareció que un compañero de estudios de mi hijo era mi recién nacido sobrino Isaac catorce años después, y que el presidente del gobierno de Estonia clavaba al chaval que me sirve el primer cortado del día cuando tenga unos sesenta; hace una semana, en París, supe cómo sería mi mujer dentro de veinte (quizá veintidós) años, y no me gustó; y ayer, en el mercado Nachmarkt de Viena, me vi al final de mis días: era un pobre anciano sucio, con la ropa totalmente infecta, seguramente alcoholizado, que pedía limosna de rodillas junto a unos cubos de basura, con la barba del todo canosa y el pelo lacio y grasiento, y unos chicos bien vestidos se metían con él, lo insultaban zarandeándolo, pero yo no tuve valor para defenderlo, defenderme. Me fui a mi hotel, pasé mucho tiempo en la ducha, hasta que el agua comenzó a hacerme daño: quería eliminar toda semejanza, presente, futura o remotísima, entre aquel medio cadáver, aquello que tal vez algún día será -con absoluta certeza- mi persona, y yo.

Lamentablemente sé muy bien cuál es el único modo de que la profecía se equivoque.

lunes, 23 de abril de 2007

La vida es maravillosa, según Hrabal

Tal vez sólo quería dar de comer a las palomas; quizá saltó al vacío adrede. El caso es que hace poco más de 10 años murió el escritor checo Bohumil Hrabal, autor de libros magníficos (Trenes rigurosamente vigilados, Lecciones de baile para mayores, Un soledad demasiado ruidosa...), pero también protagonista de una obra imprescindible para quien quiera darse un banquetazo de vida y literatura: Los frutos amargos del jardín de las delicias, de Monika Zgustová, publicada en España por Destino, traducida a una decena de lenguas y resultado de tres años largos de conversaciones con el escritor de Brno. Como homenaje a uno y otra en este Día del Libro, he incluido en el blog El lector sin prisas un comentario sobre Yo que he servido al rey de Inglaterra, escrita en 1971 y llevada al cine por Jirí Menzel en 2006; entre otras perlas, guarda ésta: "la vida, a poco que salga bien, es maravillosa".

viernes, 20 de abril de 2007

¿Eh?

Cuando la ciudadana le preguntó por su sueldo, el llamado líder de la oposición ("maestro de la oratoria", según algunos correligionarios y admiradores) sólo atinó a balbucir: "¿Eh?". La ciudadana repitió la pregunta, y entonces el líder (de la oposición, claro) fue más explícito: cobro -dijo, o algo así- bastante más de lo que usted ha indicado (300 euros/mes).

Además de trotaespañas, el líder opositor se mostró pertinaz al asegurar que Ángel Haydoslíneasdeinvestigación Acebes no mitió entre el 11 y el 14 de marzo de 2004. Igual quería decir que no únicamente durante esos días, sino también después, hasta hoy, y en materias diversas, verbi gracia el voto por correo en Melilla: en eso sí le doy la razón.

Pero la respuesta más significativa, calificadora, de quien equipara la bandera de la dictadura franquista con la de la democracia republicana fue la ofrecida sobre las personas asesinadas en la guerra de Irak. Esa infamia ilegal e ilegítima, basada en mentiras, fue aplaudida por el PP en nuestro Parlamento, qué altura moral. Así que Rajoy despachó la incómoda cuestión acerca de esos cadáveres como si el asunto fuera menor, algo que pilla lejos y sucedió hace años. Fue, por decirlo con generosidad, una magnífica lección de cinismo del líder de la oratoria, ¿eh?, ¿eh?

jueves, 19 de abril de 2007

La flor del manzano

En cuanto el sol ha empezado a empujar, el manzano se ha cubierto de hojas pequeñas, tiernas, que al poco han abierto el paso a tres curiosas asociaciones de flores. Es la primera vez que lo veo. Aparecen en grupos de seis o siete, huelen casi a jazmín, los pétalos son blancos por delante y rosados en el envés, aunque ambas caras se prestan un toque de sus colores, contra los que destaca astutamente el amarillo de las anteras. He leído que esos elencos (nunca mejor dicho: "Conjunto de personas que intervienen en un espectáculo...", en el Espasa) florales se llaman "umbelas", y que las hojas del manzano son "lanosoblanquecinas" por su parte posterior. Ya sé algo más que, posiblemente, olvidaré pronto; pero no el recuerdo de esa imagen que morirá dentro de unos días para convertirse lentamente, espero, en fruta y, eso sí, reaparecerá la primavera que viene compensando, con otros pequeños milagros de la estación, el frío a veces criminal de enero y febrero. El frío que, a su modo, es verdad, también merece la pena.

martes, 17 de abril de 2007

Irène Némirovsky, maestra de baile

Cuando Antoinette Kampf hace añicos las invitaciones para el baile organizado por sus padres y, desde el puente Alejandro III de París, lanza los trozos a las aguas del Sena, al lector -he de confesarlo- obligatoriamente le entran las prisas por conocer qué pasará luego.

Irène Némirovsky nació en Kiev apenas comenzado el siglo XX. Cuando tenía 14 años huyó de la Revolución de Octubre con su familia. Con 27 publicó El baile en la capital francesa, y la crítica, con justicia, la aclamó. Doce más tarde murió en el campo de concentración de Auschwitz.

Los Némirovsky poseían una inmensa fortuna. Irène, hija única, recibió una educación exquisita, pero padeció una infancia infeliz y solitaria, como Antoinette Kampf, la protagonista de El baile, rodeada de institutrices y lujo excesivo desde que, gracias a una jugada en la Bolsa, la riqueza -pero únicamente económica- se apodera de la familia.

El baile es un cuento protagonizado por dos mujeres, Antoinette y su madre, Rosine, que representan dos formas radicalmente distintas de asumir la vida. El relato se construye con maestría desde las perspectivas de cada una de ellas, y esa contraposición de planos crea un díptico curioso en el que la inmadurez de la adulta, una nueva rica pomposa pero vacía, contrasta con la curtida actitud de la niña, hábil al desencadenar la tragedia y, así mismo, dulce, muy dulce, en el momento de la compasión.

"Cuando tenga quince años -se lee en el centro del relato, refiriéndose quien narra a Antoinette- el sabor del mundo habrá cambiado...". Por sí solo, ese renglón ya es una obra maestra: impulsa, de nuevo, el deseo de conocer y, finalmente, la imaginación del lector. Nunca paladearemos el regusto de ese futuro; pero deja constancia de un descubrimiento literario que no puede quedarse ahí.

lunes, 16 de abril de 2007

La brecha es algo más que digital

Luis Piedrahita, el Rey de las Cosas Pequeñas, concluyó su magnífico monólogo de ayer en El hormiguero (de Cuatro) dividiendo el mundo en dos tipos de países: "aquellos en los que hay más pies que zapatos y aquellos en los que hay más zapatos que pies", un modo muy gráfico de denunciar el principal problema que asola nuestro planeta: la obscenamente injusta desigualdad.

Hace unos días oí o leí que la brecha digital es cada vez más extensa: de los casi 6.000 millones de personas que pueblan la Tierra, poco más de 1.200 millones son internautas; por masticar el dato, como si sólo los habitantes de China pudiesen navegar por internet: qué injusticia, ¿no?

Pero la brecha no es únicamente digital. Es más: ojalá fuera únicamente digital.

Lo cierto es que la brecha es brutal sobre todo en cuestiones esenciales: alimentos, sanidad, vivienda, educación, cultura... La mayor parte de la población mundial, pero mayor en términos casi inimaginables, se muere de hambre mientras nosotros nos preocupamos por la amigdalitis de un futbolista, la nueva novia de un famoso iletrado o cómo engrosar al máximo nuestras cuentas corrientes aunque tengamos que vender a nuestras madres e hijos para ello. A cambio, la vida nos premia con infartos, insomnio, depresión...

"La felicidad, es cierto -ya lo decía Castilla del Pino-, es estar de acuerdo con uno". Pero, ¿quién puede estar de acuerdo con uno mismo sabiendo que su confort se basa en la miseria de los demás?

viernes, 13 de abril de 2007

Son peores

Hace muchos años le escuché a la poeta panameña Bertalicia Peralta una frase, quizá unos versos, que retratan perfectamente a esos individuos sin duda más próximos al estiércol que a la humanidad: "Hay personas que no son tan malas como parecen: son peores". Tal vez sea incluso generosa para definir a los que mandan desagradables correos electrónicos a familiares de las víctimas del 11-M. A esa gentuza, incapaz de hacer la o con un canuto sin que alguien les conduzca la mano, los cargan de odio algunos dictadorzuelos con frenillo y tirantes que se dicen periodistas pero no son más que señoritingos sin ningún tipo de escrúpulos. Habrían sido inmensamente felices en la España de la posguerra, decidiendo quién sí y quién no; para su desgracia, tienen que conformarse con esta España del siglo XXI en la que los mentirosos son mandados al carajo por las urnas. La frustración les genera un corte de digestión permanente, por lo que no ha de extrañarnos ese constante vomitar. Lástima que tal desperdicio sea el alimento intelectual de quienes sólo tienen la cabeza para que les crezca el pelo; y encima algunos de ellos se lo rapan.

jueves, 12 de abril de 2007

Día de lluvia en Collioure

Sobre la tumba de Antonio Machado, en Collioure, alguien ha colocado un renglón de piedrecitas en el que puede leerse "Estos días azules y este sol de la infancia", el último verso del poeta. A nosotros nos ha hecho un día gris muy lluvioso desde que salimos de Figueres, y así ha continuado en Portbou, en Collioure, en Perpiñán.

Hemos llegado a Collioure para mostrar nuestro afecto por Machado y por aquella España violeta que pudo convertirse en un país mejor a comienzos de los años 30 del siglo pasado. Pero la Santa Inquisición no podía consentir que los súbditos salieran del oscurantismo en el que ella hace su agosto. El golpe de Estado de Franco, regado con agua bendita, reubicó al país en el subdesarrollo, que es donde el dinero, las pistolas y la superstición se hacen fuertes.

Collioure es un lugar hermoso, a orillas del mar, nada que ver con la imagen triste que yo me hice de niño, cuando me hablaban de la guerra, el exilio, la muerte de Machado. Su cercanía con la frontera española no quita para que tenga todo el aspecto de un pueblo francés. Las calles de los restaurantes huelen a crêpes sabrosísimos y la mayor parte de los menús incluyen moules et frites, una delicia. Hoy no hace día para turismo, casi diluvia, pero nos cruzamos con paisanos del otro lado de Le Perthus que luego volveremos a encontrar ante la tumba del poeta y de Ana Ruiz, su madre.

Hacía años que queríamos venir y nos da rabia que el tiempo nos haya estropeado un poco la visita; sin embargo, ha valido la pena el pequeño homenaje al hombre bueno que, "ligero de equipaje", partió de aquí rumbo a la travesía más larga. Nos quedan otros muchos lugares comunes que conocer, pero mejor no descartar el regreso, algún día, a este rincón precioso del Mediterráneo donde siempre habrá un recuerdo de "lo mejor de España", como diría Aub.

jueves, 5 de abril de 2007

La cena de los náufragos

Hace cuatro-cinco años, no más de seis, me llamó un ex compañero del colegio, Valentín Valladares. Había organizado un reencuentro de la promoción del 77, una cena en el Harócamo para la que ya se habían comprometido casi todos, hasta Mélida Ramírez, la actriz, que estaba en Madrid trabajando con una importante compañía de teatro, había salido en varias series, en verano comenzaba a rodar una película en París, pero a pesar de todos sus compromisos no quería perderse nuestra fiesta, la fiesta de la promoción del 77 del Colegio Santo Dios, y si Mélida iba a asistir segurísimo yo no podía faltar ni aunque me hubiesen incinerado dos semanas antes, íbamos a estar casi todos, incluso Valladares ya había avisado a algunos de nuestros viejos maestros, al Bacterio, al Sepulturas, al Mojabragas, el de francés, el príncipe azul de todas las alumnas del Santo Dios pero que, según Valladares, ahora daba pena verlo: una embolia. Le dije que sí, que iría, yo tampoco quería perderme aquella cena, y que me pusiera cerca de Dori, de Dori Dominguín, mi primer amor, a ver si ya de una vez, tantos años más tarde, me atrevía a decirle finalmente que llevaba toda la vida queriéndome casar con ella.


Se aprende a errores. Y espero no olvidar hasta que muera la lección que ocultaba aquel desliz fatal: la peor catástrofe es el tiempo, sobre todo porque pasa.

Basta decir que yo, pese a este triste aspecto, era el menos inmundo de aquel cúmulo de criaturas de feria. Los demás -sobran coartadas- daban asco. También yo, claro, pero lo de los demás era indefendible; todos, absolutamente todos, resultábamos patéticos, nosotros y ellas, nuestras panzas, los culos de ellas, nuestras calvas fosforescentes, los tristes cabellos teñidos hasta de añil de ellas, las máscaras de carnaval que ellas se habían pintado sobre la cara en un inútil intento de silenciar arrugas... A Dori, al primer amor de mi vida, mi gran amor, se la había tragado una búfala descomunal con los pulmones encharcados en tabaco; me besó buscándome la boca y a punto estuve de vomitar sobre su horrible vestido tatuado con brevas. El más inteligente fue don Luis, vulgo Mojabragas, que se quedó en su casa ocultando la boca retorcida y el brazo como la pata del cadáver de un gorrión. Brindamos por él y por Antolín, Antolín Pereira, quien, tres meses antes, se había dormido para siempre al volante de su coche mientras volvía de Bilbao de enterrar a su madre, él siempre coleccionó desgracias.

Después fuimos al Kennedy, un antiguo bar de putas, y a mí, como ya no me interesaba para nada Adoración, se me pegó Ojeda, Fulgencio Ojeda, con su traje impecable de perfume italiano, su largo Montecristos de chocolate, su verborrea barata... y tres muelas picadas que le apestaban como el ano. ¿Tenía yo cara de que su magnífica trayectoria de triunfador me importara en lo más mínimo? Me esforcé durante un par de horas por demostrar que sus empresas, su Mercedes, su chalé en la Coveta Fumá, en Alicante, y su novia cubana me sudaban los cojones, así de claro; pero el tipo se ve que no captó ninguna de las directas que yo le iba lanzando como si él fuera un mono y yo un niño en el zoo y las directas cacahuetes sin pelar. Al final no tuve más remedio que sacar a la Azuaga, que seguía tan empollona y tan fea como siempre pero incluso peor, a bailar, y estuve haciendo el imbécil agarrado a ella hasta que empezó a tocarme la polla que la empollona de Encarni no dejara de restregarse contra mi polla con la excusa de que los boleros de Luis Miguel le partían el alma: pues te jodes.

Me borré. Le dije a Valladares que la próxima vez que se le ocurriese otra brillante idea como aquélla que llamara a su madre y no a mí, y me largué a mi casa. Por el camino iba pateando piedras y preguntándome "pero Rafita, Rafa, cómo has podido caer tan bajo". Tenía razón mi otro yo: sólo alguien a quien Dios le hubiera dado mierda en vez de seso (¡Santo Dios!) habría sido capaz de convertirse en cómplice de un descenso como aquél al infierno de la vida. Pero soy débil.

miércoles, 4 de abril de 2007

Seda y cristal

Sin duda, el italiano Alessandro Baricco es uno de los grandes escritores contemporáneos. La editorial Anagrama, que ha publicado casi todos los títulos de Baricco traducidos al español, ha incluido recientemente en su catálogo Esta historia. Quien desee conocer los antecedentes, brillantes, de este autor debe leer Tierras de cristal (1991) y, sobre todo, Seda (1996), un poema en forma de prosa, un cuento de sabor clásico trufado con un puñado de historias anexas que, por sí solas, hubieran dado para llenar varias páginas con excelente literatura. En el blog El lector sin prisas he incluido hoy mi recomendación sobre esos dos libros del fundador de la Scuola Holden, que recuerda al personaje central de El guardian entre el centeno, del escritor invisible J. D. Salinger.

lunes, 2 de abril de 2007

Un café solo para el Presidente


Hace unos días el Presidente del Gobierno protagonizó el programa de TVE Tengo una pregunta para usted. Al parecer, lo más significativo del espacio fue que Rodríguez Zapatero toma el café muy barato. El periódico sensacionalista El Mundo situó esa noticia como la segunda de su portada al día siguiente, y se convirtió en tema de tratamiento más o menos considerable en muchos medios. Como no hay asuntos más importantes en España y, sobre todo, en el mundo, es lógico tanto despliegue; sin embargo, yo me quedo con otras cuestiones de esa comparecencia:


1. El Presidente dio muchos datos, muchas cifras, sin duda ciertas, pero los números (al menos para los que somos de Letras) resultan generalmente fríos. Hubiese preferido un Zapatero más ciudadano que presidente; menos político, aunque resulte paradójico.


2. Se extendió en exceso en varias respuestas, y eso hizo que sus intervenciones fueran en bastantes momentos aburridas. Vivimos en tiempos de prisas, de titulares, de cuentos microscópicos..., más que de novelas de Tolstoi o ensayos de Montaigne. Es una pena, porque a veces se pierde profundidad; pero sintetizar con interés también es signo de inteligencia ("lo bueno, si breve...", que diría Gracián), y yo creo que el Presidente lo es.


3. Por parte de los ciudadanos que preguntaban predominó el uso de la primera persona del singular, algo así como un casi constante "¿qué hay de lo mío?". Lo que me confirma la idea de que representar a un colectivo resulta por lo común una tarea titánica, es decir, encomiable.


4. Pero, sobre todo, me llamó muy positivamente la atención que el Presidente no tuviera ni una mala palabra para el Partido Popular, que no tiene media buena para él. Fue lo que más me agradó de todo el programa: sosiego, en lugar de crispación. Hace tres años, en febrero o marzo de 2004, en plena campaña para las generales, un asistente a un mitin del PSOE le gritó a Zapatero: "¡Dales caña!", refiriéndose, claro, al PP; el entonces candidato contestó algo semejante a "Más que caña, prefiero dar ejemplo", y en ese instante comenzó a encantarme la idea de que ese tipo llegara a ser Presidente del Gobierno de mi país. Yo no lo voté, pero celebro que sucediera. Aunque no sepa, al igual que yo, cuánto cuesta un café solo en un bar.

viernes, 30 de marzo de 2007

La memoria violeta

Hoy hace 68 años, los mercenarios italianos de la división Littorio, al mando del general Gambara, ocuparon la ciudad donde yo nací 27 años más tarde.

Los fascistas cercaron los accesos al puerto, en el que los últimos republicanos libres, que habían llegado a millares con la esperanza de embarcar hacia el exilio, quedaron atrapados. Unidades navales nacionales, apoyadas por los regímenes de Hitler y Mussolini, habían cerrado la bahía de Alicante para impedir la entrada y salida de barcos. Los civiles y militares republicanos allí refugiados se vieron obligados a entregar sus armas a los italianos al servicio de los franquistas sublevados contra el Gobierno legítimo de la República. Era el fin de la Guerra Civil española.

Durante los dos días siguientes, aquellos vencidos fueron conducidos al Campo de los Almendros. Max Aub dedicó un libro a aquel lugar por el que yo jugué de niño ajeno a la Historia. "Deshechos, maltrechos, furiosos -los describía Aub-, aplanados, sin afeitar, sin lavar, cochinos, sucios, cansados, mordiéndose, hechos un asco, destrozados, son sin embargo, no lo olvides, hijo, no lo olvides nunca pase lo que pase, son lo mejor de España".

En recuerdo de aquellas mujeres, de aquellos hombres, de aquellos niños y ancianos, la Comisión Cívica para la Recuperación de la Memoria Histórica de Alicante ha convocado una marcha que el domingo, 1 de abril, a las 11h, partirá del puerto de Alicante y llegará al Campo de Almendros. Una vez más pediremos al Consejo del Puerto y al Ayuntamiento de Alicante autorización para erigir, por suscripción popular, una escultura de Eusebio Sempere en el puerto y un memorial en el Campo de los Almendros para honrar a aquellas personas que lucharon por la democracia. Es posible que, una vez más, no nos hagan caso.

Es curioso: el mismo ayuntamiento que continúa considerando a Franco ciudadano de honor o alguna vergüenza similar desprecia con su silencio a quienes sufrieron la brutalidad de aquel tirano.

Es indignantemente curioso.

jueves, 29 de marzo de 2007

Estése a lo correcto

Diario El País, sábado 24 de marzo de 2007: en su artículo "Estése a lo acordado", Ernesto Ekáizer escribe: "La Fiscalía de la Audiencia Nacional planteó a la Sección Cuarta, el tribunal, las cuestiones procesales sobre el alcance del juicio. Entre ellas, quiénes serían objeto del mismo".

El mismo periódico, la misma fecha, unas páginas después: ahora es Javier Pérez Royo el que, en su excelente "Círculo vicioso", dice: "Si el Gobierno socialista es realmente lo que la dirección del PP dice que es, únicamente es aceptable el resultado electoral que supone la derrota del mismo".

Como explica el Diccionario panhispánico de dudas (p. 439), "A pesar de su extensión en el lenguaje administrativo y periodístico, es innecesario y desaconsejable el empleo de mismo como mero elemento anafórico, esto es, como elemento vacío de sentido cuya única función es recuperar otro elemento del discurso ya mencionado; en estos casos, siempre puede sustituirse mismo por otros elementos más propiamente anafóricos, como los demostrativos, los posesivos o los pronombres personales". De los varios ejemplos de uso erróneo que cita el Panhispánico, el primero está tomado también de El País (pero se trata, por desgracia, de un fallo cada vez más común): "Criticó al término de la asamblea las irregularidades que se habían producido durante el desarrollo de la MISMA"; y concluye: "pudo haberse dicho durante el desarrollo de ESTA o durante SU desarrollo".

miércoles, 28 de marzo de 2007

El autor invisible

Con más de 10.000 poemas, la mitad aproximadamente de relatos breves, 60 novelas y unas 30 historias para teatro y cine, Jacobo Pieldesapo fue, sin duda, uno de los escritores más prolíficos de la Historia de la Literatura; y, sin embargo, nadie, aparte de su familia, amistades y vecinos, ha oído hablar jamás de él. Es más, ni siquiera sus más cercanos llegaron a conocer que Pieldesapo, en sus momentos de soledad buscada, que fueron los más de su vida, se dedicó a inventar mundos, crear personajes, sugerir aventuras o esculpir versos, porque Jacobo, Jacobo Pieldesapo, natural de un pequeño pueblo de Bolivia, de profesión pastelero, lector voraz, escribía sus textos (novelas, poemas, guiones) con tinta imperceptible en folios transparentes, los guardaba después en la biblioteca virtual de su memoria y, puesto que no hubo quien conociera de su existencia como autor, nadie los reclamó jamás en préstamo.

Tras su muerte, ocurrida hace apenas unos días, son ya de dominio público.

martes, 27 de marzo de 2007

La biblioteca hundida

En la Bebelplatz de Berlín, enfrente de la Humboldt-Universität, se encuentra la Versunkene Bibliothek, la Biblioteca Hundida (en la foto), un monumento del artista israelí Micha Ullman que recuerda, desde 1995, la gran quema de libros ordenada por Goebbels en 1933: más de 20.000 volúmenes escritos por autores judíos, pacifistas y antifascistas ardieron en la plaza que colinda con la Biblioteca Real y la Ópera Nacional. El brutal suceso se encuentra magníficamente relatado en Historia universal de la destrucción de libros: de las tablillas sumerias a la guerra de Irak, de Fernando Báez.


Si visitáis Berlín, una ciudad más interesante que hermosa, pero en cualquier caso imprescindible, no dudéis en visitar esta biblioteca vacía al tiempo que repleta de enseñanza.

lunes, 26 de marzo de 2007

El buitre y la niña

Canal + emite estos días el documental La muerte de Kevin Carter sobre el fotógrafo sudafricano autor de una de las instantáneas más impactantes del siglo XX. Tomada en Sudán, la imagen muestra a una famélica niña asediada por un buitre. "Es la foto más importante de mi carrera -explicó Carter-, pero no estoy orgulloso de ella. No quiero ni verla. La odio. Todavía estoy arrepentido de no haber ayudado a la niña". Sin embargo, Julia Lloyd, entonces pareja de Carter, opina que "él no estaba allí en misión humanitaria, sino para hacer fotos"; y Paul Velasco, reportero gráfico, compañero y amigo del fotógrafo, cree que "si no se hubiera tomado esa foto, hoy en día seguiríamos sin saber que Sudán existe".

He leído que Carter estuvo esperando varios minutos a que el buitre se aproximara a la niña y abriera sus alas. Habría sido el verdadero abrazo de la muerte, y Carter lo habría, paradójicamente, inmortalizado. Pero no sucedió, y el fotógrafo tuvo que conformarse con una imagen que no deja de ser extrema. Le valió el Pulitzer, pero también un brutal sentimiento de culpa que, con el tiempo, le abocó al suicidio.

¿Hizo bien Carter? ¿Debió olvidarse de su profesión y auxiliar a la niña?

Para mí, lo peor no es la frialdad de Kevin Carter a la hora de llevar su oficio hasta las últimas consecuencias. Lo realmente trágico es que han pasado los años, Carter ya no existe y los buitres continúan sobrevolando cadáveres humanos en miles de lugares del planeta. Lo asqueroso, creo, no es encontrarse en un informativo con el rostro de un niño plagado de moscas, sino andar cada minuto enzarzados en memeces sobre banderas e identidades, por ejemplo, mientras hay gente, la mayor parte de ella, que se muere de hambre.

El hambre es el problema número uno. Es el arma más potente de destrucción masiva, y sobre eso no creo que quepan demasiadas dudas. Si Carter, que tuvo el valor de viajar a su encuentro para contárnosla, acabó suicidándose, ¿qué deberíamos hacer el resto?

viernes, 23 de marzo de 2007

Manual para soportar los tiempos que corren

A veces he pensado que, si realmente tuviera que llevarme un único libro a la hipotética isla desierta (¿dónde estará?), sería sin dudarlo El Quijote, incluso en la versión sonora de la Biblioteca Virtual. No obstante, en su defecto tampoco me vendría mal un periódico, eso sí, de los serios.


Me gusta leer diarios. No sólo los titulares, las entradillas, los pies de las fotos; me gustan los artículos de opinión, especialmente los que no suscribiría jamás, salvo exageradas excepciones; me gustan las cartas al director y los reportajes; las columnas de Manuel Vicent, Juan José Millás o Manuel Rivas, una excelente muestra de literatura urgente, dictada por la actualidad, que cada uno de esos escritores encara a su manera.
En medio del ruido ensordecedor que algunos gamberros irresponsables no dejan de producir, Rivas escribía el sábado pasado un párrafo que quiero convertir en mi manual para soportar los tiempos que corren: "Curiosa situación la de España: por la calle marcha una reacción invernal, confusa y gris, y a continuación el Congreso, de mayoría progresista, aprueba una revolución de geometría histórica, de una simetría estética y justa [la Ley de Igualdad]".
Además, esa columna de Rivas llevaba un título precioso: "La decencia". Si tenéis un minuto, leedla.

jueves, 22 de marzo de 2007

En la calle y la literatura

"En la calle y la literatura se encuentran las respuestas". Se lo leí a la escritora colombiana Laura Restrepo. Me pareció una obviedad, pero apunté la frase. Después, pensando en ella, me di cuenta de que podía tener varias interpretaciones: tal vez dejaba fuera cuestiones que algunos juzgarían trascendentes, pero no Restrepo; quizá las incluía en el estante de "la calle" o en el de "la literatura", y ya. Para mí, sin embargo, sonaba totalizadora: todo está en los libros, como decía un viejo programa de televisión, y en la vida. Creo que Alberto Manguel, con su Diario de lecturas, convirtió en libro la cita de la escritora colombiana con la que he querido inaugurar esta bitácora en la que, con vuestro permiso, intentaré escribir sobre todo: sobre todo lo que se me ocurra, que, posiblemente, no sea mucho; o sí. Gracias por vuestra lectura.

 
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