jueves, 28 de febrero de 2008

25.000 alicantinos

El pasado día 23 escribí en este blog que el grupo municipal del PP de Alicante había votado en contra de una moción para que el Ayuntamiento aplique la ley de la Memoria Histórica y anule la distinción a Franco como Hijo Predilecto de la ciudad (1940) y la concesión al mismo dictador de la Medalla de Oro (1966).

Tras esa negativa, el alcalde, Luis Díaz Alperi, condicionó la retirada de esos honores a que se reunieran las firmas de más de 25.000 vecinos empadronados en Alicante a favor de esa propuesta.

Si quieres ser uno de estos 25.000 alicantinos, pincha aquí.

martes, 26 de febrero de 2008

Contra el pensamiento único (el único pensamiento)

Tal vez, lo primero que llama la atención sobre Farenheit 451 (Minotauro), de Ray Bradbury, es su año de escritura, 1953. Ese mismo año Arthur Miller estrenó Las brujas de Salem, pieza teatral con la que denunciaba, al igual que Bradbury con Farenheit, la caza de brujas que masacró la intelectualidad estadounidense entre 1950 y 1956. Ese mismo 1953 moría Stalin en la URSS y eran ejecutados, es decir, asesinados, los Rosenberg en EE. UU.

No, 1953 no fue un buen año, pero la Humanidad no venía precisamente del Paraíso: en el 45 había acabado la II Gran Guerra con las increíbles guindas de Hiroshima y Nagasaki, Europa estaba en ruinas y el mundo comenzaba a ser plenamente consciente de hasta qué punto había sido monstruoso el nazismo, en Sudáfrica (en el 48) se instauraba el apartheid, Mao llegaba al poder en China en el 49 (el año de 1984, de Orwell) y en el 51 EE. UU. iniciaba la escalada atómica.

Mientras todo eso (todas esas miserias) sucedía, Bradbury ideaba y redactaba una novela que transcurría en su propio país algunos o muchos años después. Una ficción especulativa que François Truffaut llevaría al cine en 1966 y que se ha convertido con el tiempo en uno de los títulos principales del catálogo de distopías literarias y cinematográficas junto a la citada 1984, La máquina del tiempo (de H. G. Wells), Metrópolis (de Fritz Lang), Un mundo feliz (de Huxley) o La naranja mecánica (de Burgess).

La novela de Bradbury presenta un mundo en el que se ha anulado la capacidad de pensar. El gobierno establece las ideas, y todo lo que se atreva a minar esa norma se convierte en elemento antisocial que es preciso reducir. La lectura es un peligro, ya que, como asegura un viejo profesor de Literatura, "los libros muestran los poros del rostro de la vida"; pero, además, son memoria del pasado y un abanico de argumentos, dos aspectos contra los que lucha la nueva sociedad, antipasatista, propiciadora del pensamiento único.

Frente a los libros, que urge destruir por medio del fuego (la Historia está repleta de biblioclastas: léase el trabajo de Fernando Báez, en Destino), se alzan las pastillas de todo tipo y el televisor, que "te dice lo que debes pensar y te lo dice a gritos", que se permite incluso sustituir a la familia. Montag, el protagonista de la novela, bombero que en el mundo absurdo ideado por Bradbury se dedica a quemar libros, pasa de siervo a contestatario y, de esa forma, introduce un elemento de esperanza que, en su huida, nos transporta hasta los bosques habitados por los hombres-libro, rebeldes decididos a reventar los barrotes del gran calabozo. Todos ellos han aprendido de memoria un libro; así, cuando las circunstancias sean propicias podrán volver a construir un mundo mejor que aproveche las lecciones de la memoria y la riqueza que surge de la diversidad de ideas. ¿Qué libro hubiese memorizado yo en ese bosque? Sin duda uno magnífico que escribió Cervantes, pero este de Bradbury tampoco habría sido mala opción, por si las moscas. "Allí donde queman libros -escribió Heine, y desgracidamente sobran los ejemplos-, acaban quemando hombres".

sábado, 23 de febrero de 2008

Hijos predilectos

Hace tres años me marché de Alicante, la ciudad donde nací y viví casi 40 años. Por razones familiares, suelo visitarla una vez a la semana, procuro que no más. Cada vez la reconozco menos: me acuerdo del escritor Julio Llamazares señalando, en televisión, el agua de un pantano a su espalda y confesando "Yo nací ahí", o sea, en un pueblo desaparecido bajo las aguas. También yo podría sollozar "Yo nací ahí" para señalar a continuación un pantano de cemento, que en eso, a fin de cuentas, se está convirtiendo Alicante, para mayor gloria económica de quienes la gobiernan.

Pero, además, Alicante me es cada vez más ajena, y me alegro infinitamente de haberla abandonado cuando leo en el periódico noticias como la de hoy: Franco seguirá siendo hijo predilecto de Alicante. El alcalde así lo ha decidido porque, afirma, no cree que el tema "preocupe a los alicantinos". A mí sí, incluso lejos de la ciudad. No solo me preocupa, sino que me asquea pensar que ese asesino continúa siendo hijo predilecto del lugar donde, como he dicho, nací y he vivido 40 años y conservo amigos y familiares.

Incapaz de tener un recuerdo para cuantos defendieron hasta el último segundo la legalidad democrática de la República, este alcalde (evidentemente del PP) mira hacia otro lado cuando se trata no ya de despojar de un título al dictador, sino de sacarle brillo a la dignidad de Alicante. No olvidemos quién fundó su partido.

P.D.: Casualmente Forges dedica hoy su viñeta en El País a quienes aún no han logrado desembarzarse de la inspiración franquista.

lunes, 4 de febrero de 2008

Menú degustación de versos

Hace algún tiempo leí una poética perfecta pronunciada por alguien cuyo nombre me era absolutamente desconocido: "Escribo para ser mejor persona". Lo decía, en El País, Francisco Mateu (Grau de València, 1958), maître y poeta. Tomé nota de la cita, decidí aplicarme el cuento y prometí investigar hasta dar con los versos de aquel escritor buena gente. He tardado en encontrarlo, pero, por fin, gracias al anuncio de su última publicación, la plaquette Entre 12 meses, he conseguido hacerlo mío.

O, mejor dicho, él me ha hecho suyo, no solo poéticamente, pues he podido constatar en biblioteca propia que, en efecto, Mateu escribe para ser mejor persona... y lo consigue. Gracias a ello he tenido la suerte de disfrutar de sus cuatro libros (Cita amb ningú, Chez Lyon blues, Descorchados y el citado Entre 12 meses, publicados todos por Afers), es decir, de una poesía que rezuma cariño y humor, generosidad y agradecimiento, vida, mucha vida, y desde luego poesía: una poesía con la que he sonreído (en "Julio": "Qué bien te comes / ese bacalao a la espalda / con ese vino que te sirvo, / tan verde como te miro. / De postre, pídete al de la casa. / Cuando todos se hayan ido."), pero también he viajado hacia otras poesías estimadas, pongo por caso la de aquellos intensos japoneses capaces de quintaesenciar media vida en tres versos; Mateu ha necesitado dos más: "Si me das mañana / una brisa que mueva / las ramas de los árboles / cuando a ellos me acerque, / naturaleza, será suficiente".

Desde su restaurante, Chez Lyon, que algún día visitaré aunque solo sea por justicia poética, Francisco Mateu alimenta cuerpos y espíritus. Con calma, sin maldad, sin necesidad de venderse a nadie. "Soy afortunado -escribe-, / tengo dos pies / en el suelo / y una mente capaz / de mandarlos a paseo", lo cual es una excelente plataforma para escribir, cocinar, vivir y ser, sobre todo ser: por supuesto, mejor persona.

sábado, 2 de febrero de 2008

Un escritor libre

Creo que me habría gustado conocer a Julien Gracq. En realidad, a quien me habría gustado conocer, creo, es a Louis Poirier; con Gracq cualquiera puede intimar cuando le plazca a través de sus libros: de sus novelas (El mar de las Sirtes, En el castillo de Argol...), de sus ensayos (Leyendo, escribiendo; A lo largo del camino...)... Pero con Poirier, el hombre semioculto tras el seudónimo Julien Gracq, ya no me podré encontrar nunca: murió a finales del pasado año. De ser posible, habría sido encantador, imagino, citarnos en su casa de Saint-Florent-le Vieil, un apacible pueblecito a orillas del Loira, entre Angers y Nantes, la ciudad en la que nació uno de los culpables de que Poirier se convirtiera en Gracq, es decir, se hiciese escritor: Julio Verne, claro.

Premio Goncourt
El mexicano José Abdón Flores describió muy bien a Gracq: "Es en parte el escritor soñado por Kafka: recluido en un cuarto y cuya única razón de ser es la escritura". Como Salinger, como Thomas Pynchon, Gracq despreciaba la fama. Esta historia ya se ha contado muchas veces, al menos tras su muerte: en 1951 rechazó el Premio Goncourt, el más prestigioso de Francia (el Planeta francés, le llaman), para su Mar de las Sirtes; dos meses después publicó el artículo "La literatura en el estómago", diatriba contra los premios literarios pero, sobre todo, contra los autores más preocupados por difundir su negocio que por la propia escritura. Fue una época interesante: los grandes editores haciéndole ofertas irrechazables que Gracq rechazaba sin dudar. Años antes uno de esos tentadores había despreciado su primer libro, el ya citado En el castillo de Argol, que en 1938 publicaría la modesta, pero ejemplar, casa editorial de José Corti, el editor de los surrealistas (su lema, "Rien de Commun"), a quien Gracq fue, desde ese momento, siempre fiel.

Un pez con armadura
No fue el Goncourt el único galardón al que Gracq hizo de menos. Joan de Sagarra, en su artículo "¿Le gusta el rugby?" (por favor, léanlo: merece la pena), cuenta que también rechazó la Legión de Honor, la Acadèmie ("a él se la ofrecieron, cuando otros tienen que mendigarla") e incluso "los almuerzos en el Elíseo con el presidente Mitterrand, uno de sus devotos lectores. Gracq sostenía que Mitterrand era un gafe. Y algo debía llevar de razón, porque, en 1980, cuando la camioneta de una lavandería atropelló a Roland Barthes causándole la muerte, este salía de almorzar con François Mitterrand". De Sagarra tuvo la fortuna de conocer a Gracq, o a Poirier: un único encuentro en febrero de 2002 en la casa de Saint-Florent, qué envidia, para ver un Francia-Italia de rugby y charlar "de un montón de cosas, salvo de literatura". No se lo dijo, pero su madre, la del catalán, llamaba al francés lucio, nombre de "pez medieval y caballeresco, con una imponente armadura" (que pasa la mayor parte del tiempo escondido entre la vegetación), un mote cariñoso porque ella admiraba al autor pero también la sabrosa carne de aquel pez, "las famosas quenelles de brochet", no las conozco.

Literatura libre
Tras tratarlo un poco a través de su literatura, libre al igual que él, Gracq/Poirier me recuerda un fragmento del Cyrano de Rostand que resumo, pero merece la pena leer entero: "¿Y qué tendría que hacer? ¿Buscar un protector, tomar un amo y, como una hiedra oscura que rodea un tronco lamiéndole la corteza, subir con astucia en vez de elevarme por la fuerza? ¡No, gracias! ¿Dedicar, como todos hacen, versos a los financieros? ¿Convertirme en bufón con la vil esperanza de ver nacer una sonrisa amable en los labios de un ministro? ¡No, gracias! […] ¿Calcular, tener miedo, estar pálido, preferir hacer una visita antes que un poema, releer memoriales, hacerse presentar? ¡No, gracias! ¡No, gracias! ¡No, gracias!". Recientemente, Acantilado ha publicado en España A lo largo del camino, "una buena introducción al planeta Gracq", dice De Sagarra. Traducido por Cecilia Yepes, el volumen (precioso, como todos los de la editorial, erratas y despistes aparte) se articula como un cuaderno de anotaciones que fluyen desde el apacible recuerdo literario, geográfico, histórico del autor. "Yo sólo opino en conversaciones entre dos, y si se trata de un campo preciso en el que tenga algunas razones o datos que aportar", leo y subrayo el consejo y procuraré tenerlo siempre presente. Una lectura, en fin, no solo sabia, sino diría obligatoria, como antídoto contra el vértigo tantas veces baldío del mundo actual. (Publicado en el suplemento Arte y Letras del diario Información, 31 de enero de 2008.)

 
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