viernes, 24 de agosto de 2007

Matar

Desde Nueva York, Bárbara Celis ofrece en el diario El País de ayer un dato que resulta paralizante: 124 personas condenadas a la pena de muerte en EE. UU. han conseguido demostrar que no eran culpables, y se han librado así de la ejecución.

No ya 124, sino únicamente uno de estos casos, o la mínima sospecha de que el Estado pudiese ejecutar a un inocente, debería bastar (si no otras consideraciones anteriores) para que el que se denomina a sí mismo "país más democrático del mundo", invasor de cuantos territorios le parece oportuno para expandir su peculiar idea de libertad (de libertad de mercado, esencialmente), eliminara de una vez esa execrable "práctica de hacer justicia", como allí se califica.

Informa Celis de que muchos de los condenados a morir por el Estado son víctimas "de negligencias en el sistema judicial, de confesiones falsas, de identificaciones erróneas y de defensores incompetentes". Quizá por una o varias a la vez de esas razones morirá próximamente alguna de las 3.350 personas que aguardan su turno en el corredor de la muerte, donde Curtis Edward McCarthy, por ejemplo, pasó 16 años esperando que lo mataran por un asesinato que no cometió.

En Cuba, en China, en Estados Unidos, en Irak, en Japón... Da lo mismo el punto del planeta donde suceda: matar, con el consentimiento o no de la Ley, es matar; y en todas partes resulta igual de fascista.

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