viernes, 17 de agosto de 2007

Una iglesia como una caja de cerillas

Bajas del tren, sales de la estación, paseas en línea recta diez-quince minutos... y te das de bruces contra la Torre Pendente de Pisa.

El espectáculo que ofrece el Campo dei Miracoli es colosal, ya lo ha dicho todo el mundo. Recomiendo atravesar la Piazza del Duomo rumbo Vía Pisano y, antes de abandonar el recinto, girarse lentamente; cuesta respirar ante tanta belleza: el Battistero en primer término, la Catedral detrás, al fondo la torre que lleva 800 años queriendo tumbarse.

Pero ya lo ha dicho todo el mundo, así que mejor no redundar.

Más que nada porque Pisa ofrece otras bellezas, eclipsadas por tanto milagro en apenas unos metros cuadrados. Al poco de abandonar la estación, por ejemplo, sale al paso el Arno, río que tiene así mismo el privilegio de visitar Florencia, de deslizarse bajo el Ponte Vecchio. Quizá no resulte tan efectista como la que aguarda unos metros adelante, pero la visión de los lungarni (orillas) que acompañan el cauce merece una detenida ojeada: Pacinotti, Simonelli, Sonnino, Gambacorti... Hay que tomar este último, a la izquierda del Palazzo homónimo, y caminar hasta Santa Maria della Spina, una iglesia del tamaño de una caja de cerillas, más o menos, construida en el XIV con el dinero de un mercader que poseía (dicen) una de las espinas de la corona de Jesucristo, de ahí el nombre. El Ponte Solferino es el mirador ideal para contemplar esta iglesita en su contexto, una de las imágenes más hermosas de una ciudad que ofrece milagros de distintas dimensiones a quien la visita.

3 comentarios:

Jorgevil dijo...

Estoy totalmente de acuerdo con tu apreciación. ¡Como para no estarlo! Subí unos cientos de escalones claustrofóbicos porque me lo dijiste tú, ¿te acuerdas? Con lo de los edificios turísticos ya se sabe. Unos crían la fama... Esta iglesia es una auténtica maravilla. La torre pisana le da sombra a muchas cosas en la Toscana. ¿Visitaste Luca?

Rafael González dijo...

¡Cuánto bueno por este blog! ¡El gran Jorge Carlos! ¡El nunca lo suficientemente demasiado echado de menos, en lo personal y en lo profesional! Me alegra saber de ti y de tus correrías. Y te agradezco tu recomendación viajera, pues le estoy dando vueltas a lo de regresar a la Toscana a final de año. Me han hablado muy bien de Lucca, y de otras pequeñas ciudades de la zona, como Arezzo, donde ya sabes que se rodó La vida es bella. Yo, gastronómicamente, debería ser italiano, así como futbolísticamente holandés; mi españolidad se queda para lo vinícola y lo literario, al menos en buena medida: un capítulo del Quijote regado con un buen Ribera del Duero, ¿qué me dices? Por lo demás, aquí dejaste un hueco enorme que ninguna nueva incorporación es capaz de llenar. Algún día yo me iré, y se quedarán los pájaros cantando; pero seguro que no ocultarán mis cánticos de alegría. Te beso, te abrazo, amigo, hermano.

Jorgevil dijo...

Hay que ver... ¡¡te salen perlas por la boca!!! O por las manos, que sería más pertinente. Gracias por recordarme que se escribe Lucca. Es malo escribir de memoria, pero muy bonito.
Ya sabes lo mucho que echo de menos parte del personal de la Virtu. Pero solo parte... Nuestras largas charlas, además de amenas, siempre fueron constructivas. Ni qué contar otras cosas...
Sobre mis españolidades y naciones afines, ya las sabes. El vinito y el Quijote lo podríamos compartir. De paisaje, yo me quiero dejar morir en algún pueblo debidamente perdido de la Bohemia del Sur checa. Un descubrimiento y una debilidad. En lo futbolístico, prefiero a Curro Romero y José Tomás. Cuestión de pelotas.
Y que sepas que yo escuchó ya algunos de esos pájaros que deja tu ausencia, chato.
Besos

Ps: Te debo (y me debes) una visita a tu choza.

 
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