jueves, 29 de noviembre de 2007

Las provechosas visitas de Fernán-Gómez

He visto el rostro de Fernando Fernán-Gómez ocupando toda la pantalla centenares de veces; sin embargo, al enterarme de su muerte, el primer semblante suyo que se me vino al recuerdo, casi en tromba, fue el del viejo, entrañable, maestro republicano que hablaba de libertad, del poder de las palabras, de los pequeños milagros de la naturaleza, en aquella película maravillosa de Cuerda, La lengua de las mariposas, que, en cuanto me descuide, pienso volver a disfrutar: “En el otoño de mi vida –dice el maestro Fernán-Gómez en ella–, yo debería ser un escéptico, y en cierto modo lo soy. El lobo nunca dormirá en la misma cama con el cordero; pero de algo estoy seguro: si conseguimos que una generación, una sola generación, crezca libre en España, ya nadie les podrá arrancar nunca la libertad”.

Porque, a pesar de la seguramente merecida (y hasta buscada por él mismo) fama de irascible del actor, director, escritor, yo creo que en el fondo todo el mundo quería a Fernán-Gómez, incluso estoy convencido de que nadie le tuvo del todo en cuenta en serio sus gruñidos, sus improperios, ni siquiera quienes los sufrieron a bocajarro; a fuerza de verlo por casa tantas veces, un día convertido en Don Mendo, al siguiente en misionero, al otro en futbolista calamidad, Fernando Fernán-Gómez era ya casi como de la familia, no sé, el otro tío, el otro cuñado, el otro abuelo.

Cómicos
Si me pongo a recordar las películas de Fernán-Gómez (como actor, como escritor, como director) que, por unas cosas o por otras, me han dejado huella, me quedo sin espacio, no hay duda; así que quiero centrarme en una en la que fue todo eso (actor, escritor, director), que comenzó siendo un serial radiofónico, se convirtió en una excelente novela y de ahí saltó a la pantalla como un filme que, sobre todo si además también el teatro te enseñó a vivir, como a mí, no puedes cansarte de ver: El viaje a ninguna parte, claro.

Quizá este sea uno de los mejores ejemplos de éxito a la hora de traducir la letra a imagen. No sé qué fue primero para mí, el libro o la cinta; en cualquier caso, creo imposible imaginar ya a un Carlos Galván distinto del que clava José Sacristán, a un Arturo Galván con otra cara que no sea la del propio Fernán-Gómez, a un zangolotino al que el labio no le cuelgue como a Gabino Diego, a quien se había descubierto, si no me equivoco, en la versión cinematográfica de otra magnífica pieza de Fernán-Gómez, Las bicicletas son para el verano.

El viaje a ninguna parte es un libro, y una película, no sobre el teatro, sino sobre el teatro ambulante, “de vagabundos”, como dice Juanita Plaza; es un libro, y una película, no sobre la memoria, sino sobre cómo la memoria también puede ser un refugio; es un libro, y una película, sobre una España que duele, pero de la que se pueden sacar excelentes lecciones vitales. No creo que sea una casualidad: este libro, esta película, me recuerdan siempre una hermosa frase de Jean Cocteau: “No importan el fracaso ni el éxito, sino haber traspasado de parte a parte un solo corazón”.

A Carlos Galván, como he dicho Sacristán en la pantalla, le parece que la suya, la de cómico harapiento, es la profesión “más bella que existe”, y que él, en medio de la miseria en la que vive, pertenece a una “casta privilegiada” que hace reír, gozar y llorar a la gente, qué generosidad. Así también Fernán-Gómez, cubierto su ataúd por la bandera anarquista en medio del escenario del Español, ha podido marcharse tranquilo tras el the end: le recordaremos siempre como alguien que nos hizo reír, gozar y llorar, que se colaba en casa como uno más de la familia para hacernos pasar un buen rato, que nos enseñó, en fin, que la vida vale la pena por tantas cosas: por una buena película, por un buen libro, un beso… Sinceramente, le agradezco todas las veces que nos visitó surgiendo desde aquella pantalla, durante mucho tiempo en blanco y negro: las suyas fueron siempre visitas muy provechosas. (Publicado en el suplemento Arte y Letras del diario Información, 29 de noviembre de 2007)

2 comentarios:

Raquel dijo...

Es curioso cómo tirando del hilo al final he acabado encontrando la salida del laberinto.

Todo un placer bucear por este cuaderno de bitácora.

Un saludo.

Rafael González dijo...

¿A qué laberinto te refieres, Raquel?
Me alegro de que te guste este cuaderno; y, sobre todo, contar con tu participación. Muchas gracias.

 
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