miércoles, 2 de enero de 2008

Teatro en busca de la verdad

Quizá porque también es matemático y filósofo, y con certeza porque posee un alto sentido de la responsabilidad, Juan Mayorga (Madrid, 1965), Premio Nacional de Teatro 2007, asumió desde el inicio de su trayectoria como dramaturgo que la suya debía ser una escritura con la verdad como horizonte. Lo confirma su texto teórico "Teatro y verdad", breve ensayo en el que quintaesencia las ideas que había ido apuntando en otros artículos, en entrevistas y, sobre todo, a través de sus obras.

En ese magnífico compendio Mayorga define el teatro como "el arte político por excelencia, puesto que se realiza ante una asamblea". En él, el pensamiento que importa es el del espectador, no el del autor: "Las preguntas que el espectador pueda hacerse, el instinto de sospecha que en él se pueda desarrollar"; dicho de otro modo, el "impulso crítico" que un "verdadero teatro de pensamiento" sea capaz de generar. "Si hay un arte que tiene por misión decir la verdad –concluye–, ese es el teatro". Y esa misión es cada vez más urgente: "Más que nunca se hace preciso un teatro (un arte) que ponga la verdad en escena".

Del Bradomín al Nacional
El largo viaje de Juan Mayorga en busca de la verdad comenzó a finales de los 80 con Siete hombres buenos, texto finalista del Marqués de Bradomín, un premio que, por decirlo de algún modo, concedió la primera oportunidad a una nutrida nómina de jóvenes dramaturgos, entre otros Sergi Belbel, Antonio Álamo, Itziar Pascual, Rodrigo García o Paco Sanguino. A partir de entonces se han sucedido los textos de Mayorga, sus adaptaciones de clásicos (Lope, Calderón, Valle, Dostoievski, Ibsen...), los premios, los estrenos, las traducciones. Sus obras se han visto en una decena de países europeos y cinco americanos, y se han vertido a distintos idiomas, del árabe al serbocroata pasando por el inglés. Con Hamelin (llevado a las tablas por Animalario, espectáculo que mereció el Nacional de Teatro 2005) obtuvo el Max al mejor autor en 2006; antes ya había conseguido el Calderón de la Barca con Más ceniza, el Telón Chivas con Últimas palabras de Copito de Nieve, el Borne y el Caja España con Cartas de amor a Stalin o el Enrique Llovet con Himmelweg, el texto de los suyos que, asegura, menos le disgusta.

Teatro histórico sobre la actualidad
Se pronuncia "jim-mel-beck", significa "camino del cielo". Cuenta la historia de una mentira aceptada: Maurice Rossel, delegado en Berlín del Comité de la Cruz Roja durante la II Guerra Mundial, visitó el campo de concentración de Theresienstadt, convenientemente habilitado por los nazis como "ghetto modelo". Era 1944.

Rossel creyó el montaje "teatral" que los propios presos judíos representaban, por supuesto obligados, para él. Aquello no tenía nada que ver con las brutalidades escuchadas; al contrario: era una especie de oasis que el delegado, incapaz de traspasar siquiera unos pasos la bucólica –pero artificial– escenografía, prefirió creer, puede que necesitado de un poco de humanidad entre tanta barbarie. Regresó a Berlín y redactó un informe en el que describía la situación en el confinamiento como "casi normal".

Parece una pieza de teatro histórico, pero su propio autor define Himmelweg (estrenada en España, Reino Unido, Irlanda, Francia, Noruega y Argentina) como "una obra acerca de la actualidad" que, por cierto, dedica a su hija Beatriz, lo cual creo significativo. También Cartas de amor a Stalin, otro de los grandes textos de Mayorga, se encuadraría en ese subgénero de teatro histórico sobre el presente. En este caso se trata de una magnífica reflexión en torno a "la necesidad que tiene el artista de ser amado por el poder, necesidad tan fuerte como la que el poder tiene de ser amado por el artista". Protagonizada por el escritor disidente ruso Mijail Bulgákov y el dictador georgiano, la obra puede considerarse no únicamente una intensa apología de la libertad de expresión, sino sobre todo un canto a lo imprescindible de la crítica como baluarte de la verdadera construcción democrática.

Bajo la influencia de los griegos, Shakespeare y Brecht ("combatir la mentira y la ignorancia y escribir la verdad", escribía este en 1935), sin olvidar a Koltés, Heiner Müller, Bernhard y Sanchis, agradecido a los directores y actores que se comprometen con sus obras y les dan la vida, Juan Mayorga ha creado, crea, un teatro que no se anda con bobadas, valiente e implicado, cuya lectura o presencia da que pensar. Recién galardonado, prepara nuevos estrenos: La tortuga de Darwin, en febrero; La paz perpetua, en abril. Esta última toma título e ideas de un texto de Kant para abordar la terrible disyuntiva entre seguridad o ser libres; como en la vida real, en la pieza de Mayorga vencen los partidarios del control absoluto, y lo hacen citando al filósofo: "Un cementerio es el único lugar que garantiza la paz perpetua". (Publicado en el suplemento Arte y Letras del diario Información, 27 de diciembre de 2007)

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