lunes, 7 de enero de 2008

Una larga paciencia

En el aeropuerto, poco antes de viajar hacia la hermosa ciudad de Maastricht, y de allí a Colonia, leo (en Vivir (bien) con menos, publicado por Icaria) el siguiente razonamiento de Jorge Riechmann: "Mejorar la calidad de vida, avanzar hacia la sostenibilidad, requiere no solamente hacer (cosas, obras, grandes proezas tecnológicas, etc.), sino también no hacer, dejar de hacer. Esto plantea un problema en primera instancia a tecnólogos e ingenieros; y más allá de ellos a toda nuestra cultura occidental, tan presa del hacer". Inmediatamente subrayo la cita y apunto al margen: "Sarkozy/Chávez vs. Zapatero", pues los dos primeros simbolizan perfectamente, en mi opinión, esa propensión tan actual a la realización a toda costa frente al Presidente español, más dado a reflexionar antes de actuar, por lo que se le ha criticado bastantes veces como si dedicar tiempo a pensar fuese estigma inequívoco de débiles. (Un detalle entre paréntesis: antes de acabar el pasado año se celebró una cumbre franco-italo-española a cuyo final comparecieron juntos los máximos gobernantes de cada país; Prodi, en el centro, ofreció las manos a sus colegas; el francés atenazó con las suyas la derecha o izquierda, no lo recuerdo, del italiano y comenzó a agitarla, mientras Zapatero tomaba la izquierda o derecha de Prodi y, simplemente, la sostenía.)

La tumba de los Reyes Magos
Tras recorrer Maastricht y dedicar unas horas a Aquisgrán, llegamos a Colonia. Nada más abandonar la estación aparece ante nosotros la gigantesca catedral, el monumento, aseguran, más visitado de Alemania. Con sus 157 metros de altura, fue el edificio más alto del mundo hasta la culminación de la catedral de Ulm (también en Alemania) en 1890, con 161,5 metros, y la posterior construcción de la Torre Eiffel. He estado varias veces a los pies de la francesa, pero jamás me ha impresionado tanto como esta mole que, ahora, se levanta ante mí guardando, según la tradición católica, los restos de los tres Reyes Magos.

La Kölner Dom es la mayor catedral alemana y la gótica de mayores dimensiones del mundo. Su construcción comenzó en 1248 y finalizó en 1880: 632 años de trabajo que inspiraron, incluso, una novela, Las sombras de la Catedral, de Frank Schätzing. Tuvo que remontar dos graves crisis: la primera, en 1510, cuando se interrumpió su levantamiento por problemas económicos; posteriormente, durante la II Guerra Mundial, debido a los bombardeos de los aliados, imagen desoladora que puede adquirirse en los puestos de postales de los alrededores.

Desde aquí abajo, mientras alzo la mirada, vuelvo a recordar el texto de Riechmann que unos días antes había subrayado en el aeropuerto: "la cultura occidental, tran presa del hacer...". Más aún, del hacer a toda prisa, crear para destruir de inmediato, leña que avive el incendio desquiciado del consumismo. Este decadente pero bello edificio que se levanta ante mí, obligándome casi a romperme el cuello si quiero avistar su cúspide, habla, consideraciones religiosas (que no profeso) al margen, del trabajo concienzudo, pensado, hecho para perdurar. Más de seis siglos que culminan en una obra artística emocionante, frente a ese vértigo de nuestro presente que convoca el origen y la muerte casi a un tiempo.

"El talento es una larga paciencia", escribió Flaubert.

3 comentarios:

Raquel dijo...

Me han venido varias cosas a la mente mientras leía tu reflexión. Primero, esa imagen de Zapatero sosteniendo la mano de Prodi, su actitud tan a menudo reflexiva. Y es que nuestro presidente siempre me transmite ese sosiego, ese "pararse y pensar antes de actuar" que tanto se echa de menos, no sólo en otros líderes políticos, sino en las personas, en la vida, en general.
Desde la música en mp3 apretujada en aparatos minúsculos, pasando por los centros comerciales que aglutinan todo el ocio en un mismo edificio, hasta las prisas que uno percibe cuando sale a la calle o en la carretera. La rapidez, la cultura de lo inmediato y de lo efímero todo lo envuelve . Algo que ya no sólo existe en lo material sino, yendo más allá, en las propias emociones.
Es como si olvidáramos que hay que paladear para poder sentir el sabor de las cosas. Engullimos. Consumimos, pero a menudo me pregunto si realmente disfrutamos -el placer que obtenemos es siempre tan fugaz-, si de verdad conocemos lo que eso significa.
De todos modos, siempre quedarán catedrales que a algunos nos recuerden la importancia de vivir a fuego lento.

Rafael González dijo...

Raquel, supongo que conocerás el movimiento slow, uno de cuyos "profetas" es Carl Honoré, autor de Elogio de la lentitud. Escribí sobre ese libro en el blog El Lector Sin Prisas: te invito a leerlo aquí.

Raquel dijo...

Pues la verdad es que lo desconocía, tanto el movimiento, como la obra y su autor. Pero hay cosas que siempre resulta interesante descubrir e indagar sobre ellas.
Gracias pues por el enlace, ese "En memoria de la tortuga" me remite irremediablemente a MOMO, el otro "elogio de la lentitud". :)

 
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