sábado, 2 de febrero de 2008

Un escritor libre

Creo que me habría gustado conocer a Julien Gracq. En realidad, a quien me habría gustado conocer, creo, es a Louis Poirier; con Gracq cualquiera puede intimar cuando le plazca a través de sus libros: de sus novelas (El mar de las Sirtes, En el castillo de Argol...), de sus ensayos (Leyendo, escribiendo; A lo largo del camino...)... Pero con Poirier, el hombre semioculto tras el seudónimo Julien Gracq, ya no me podré encontrar nunca: murió a finales del pasado año. De ser posible, habría sido encantador, imagino, citarnos en su casa de Saint-Florent-le Vieil, un apacible pueblecito a orillas del Loira, entre Angers y Nantes, la ciudad en la que nació uno de los culpables de que Poirier se convirtiera en Gracq, es decir, se hiciese escritor: Julio Verne, claro.

Premio Goncourt
El mexicano José Abdón Flores describió muy bien a Gracq: "Es en parte el escritor soñado por Kafka: recluido en un cuarto y cuya única razón de ser es la escritura". Como Salinger, como Thomas Pynchon, Gracq despreciaba la fama. Esta historia ya se ha contado muchas veces, al menos tras su muerte: en 1951 rechazó el Premio Goncourt, el más prestigioso de Francia (el Planeta francés, le llaman), para su Mar de las Sirtes; dos meses después publicó el artículo "La literatura en el estómago", diatriba contra los premios literarios pero, sobre todo, contra los autores más preocupados por difundir su negocio que por la propia escritura. Fue una época interesante: los grandes editores haciéndole ofertas irrechazables que Gracq rechazaba sin dudar. Años antes uno de esos tentadores había despreciado su primer libro, el ya citado En el castillo de Argol, que en 1938 publicaría la modesta, pero ejemplar, casa editorial de José Corti, el editor de los surrealistas (su lema, "Rien de Commun"), a quien Gracq fue, desde ese momento, siempre fiel.

Un pez con armadura
No fue el Goncourt el único galardón al que Gracq hizo de menos. Joan de Sagarra, en su artículo "¿Le gusta el rugby?" (por favor, léanlo: merece la pena), cuenta que también rechazó la Legión de Honor, la Acadèmie ("a él se la ofrecieron, cuando otros tienen que mendigarla") e incluso "los almuerzos en el Elíseo con el presidente Mitterrand, uno de sus devotos lectores. Gracq sostenía que Mitterrand era un gafe. Y algo debía llevar de razón, porque, en 1980, cuando la camioneta de una lavandería atropelló a Roland Barthes causándole la muerte, este salía de almorzar con François Mitterrand". De Sagarra tuvo la fortuna de conocer a Gracq, o a Poirier: un único encuentro en febrero de 2002 en la casa de Saint-Florent, qué envidia, para ver un Francia-Italia de rugby y charlar "de un montón de cosas, salvo de literatura". No se lo dijo, pero su madre, la del catalán, llamaba al francés lucio, nombre de "pez medieval y caballeresco, con una imponente armadura" (que pasa la mayor parte del tiempo escondido entre la vegetación), un mote cariñoso porque ella admiraba al autor pero también la sabrosa carne de aquel pez, "las famosas quenelles de brochet", no las conozco.

Literatura libre
Tras tratarlo un poco a través de su literatura, libre al igual que él, Gracq/Poirier me recuerda un fragmento del Cyrano de Rostand que resumo, pero merece la pena leer entero: "¿Y qué tendría que hacer? ¿Buscar un protector, tomar un amo y, como una hiedra oscura que rodea un tronco lamiéndole la corteza, subir con astucia en vez de elevarme por la fuerza? ¡No, gracias! ¿Dedicar, como todos hacen, versos a los financieros? ¿Convertirme en bufón con la vil esperanza de ver nacer una sonrisa amable en los labios de un ministro? ¡No, gracias! […] ¿Calcular, tener miedo, estar pálido, preferir hacer una visita antes que un poema, releer memoriales, hacerse presentar? ¡No, gracias! ¡No, gracias! ¡No, gracias!". Recientemente, Acantilado ha publicado en España A lo largo del camino, "una buena introducción al planeta Gracq", dice De Sagarra. Traducido por Cecilia Yepes, el volumen (precioso, como todos los de la editorial, erratas y despistes aparte) se articula como un cuaderno de anotaciones que fluyen desde el apacible recuerdo literario, geográfico, histórico del autor. "Yo sólo opino en conversaciones entre dos, y si se trata de un campo preciso en el que tenga algunas razones o datos que aportar", leo y subrayo el consejo y procuraré tenerlo siempre presente. Una lectura, en fin, no solo sabia, sino diría obligatoria, como antídoto contra el vértigo tantas veces baldío del mundo actual. (Publicado en el suplemento Arte y Letras del diario Información, 31 de enero de 2008.)

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