domingo, 2 de marzo de 2008

Ciberborges: "Vi internet"

No suelo chatear, no me gusta. Prefiero las conversaciones a la cara mediando habano y ron. No obstante, a principios de año, buscando información sobre un libro de Perla Sassón-Henry acerca de Borges y su posible previsión de internet (Borges 2.0: From Text to Virtual Worlds), fui a caer de bruces en medio de una cibercharla en la que un manojo de extraños nombres (Abenjacán, eBilly, Camelot, Arizona13…) divagaban en torno a la obra del creador de Pierre Menard. Me saludaron, saludé y me mantuve atento, pero al margen, durante unos minutos.

Me disponía a abandonar a la francesa el sitio cuando Ciberborges hizo su entrada. En realidad, también él llevaba allí algún tiempo, más que yo: su ingreso se produjo a la manera de un retorno, "Como he explicado antes…". Un comentario de Arizona no le había gustado, y lo rebatió con aspereza. Lo que sigue es un resumen (desde luego a salvo de emoticones y otras licencias de este tipo de cháchara) del diálogo que mantuvimos ambos en medio de la tertulia por instantes despoblada.

Eco fue el primero
"¿Ciberborges?", pregunté. Transcurrieron varias intervenciones y dos insistencias mías antes de que contestara, con recelo. Le conté que escribía para un periódico (este) sobre la tesis de Sassón. Conocía a la autora, conocía el libro, tecleó. De hecho, no eran los primeros comentarios sobre su predicción del mundo virtual: "Eco fue el origen, supongo que lo sabe: Umberto Eco"; y se lanzó a recordar que él, en los 40 del siglo XX y en su gran cuento, más de dos décadas antes de DARPA, ya hablaba de un "lugar donde están, sin confundirse, todos los lugares del orbe, vistos desde todos los ángulos": "Vi el populoso mar, vi el alba y la tarde, vi las muchedumbres de América –recitó–… vi tu cara…", una ojeada universal, es cierto, desde "una pequeña esfera tornasolada, de casi intolerable fulgor" (de apenas dos o tres centímetros de diámetro) que, ya se ha dicho, anticipaba la webcam desde la que, como en tantas célebres distopías, cualquier Gran Hermano podrá vigilar nuestros movimientos para asegurarse de que el sistema, sea el que sea, no corre peligro; porque un Aleph es "uno de los puntos del espacio que contiene todos los puntos", un tesoro para cualquier déspota.

Biblioteca mundial
Y no solo. Junto a esa inquietante precocidad, Ciberborges evocó su anuncio de un libro de arena sin principio ni fin cuyo número de páginas era "exactamente infinito", el germen, en su opinión, de la auténtica creación digital, permanentemente actualizada, en revisión constante, dilatada hasta la eternidad...

Hubo más (tendré que resumir, pues un diario sí es finito): "En Tlön, lo puse negro sobre blanco, no existe el plagio porque se ha establecido que todas las obras son obra de un solo autor, que es intemporal y es anónimo, y esa es la mejor definición de lo que ahora, setenta años después, vienen ustedes a llamar web 2.0". Y añadió, y no le faltaba razón, que él había creado a Ireneo Funes, "el memorioso", quien, tras un accidente equino que lo postró de por vida, estrenó la facultad de poseer "las memorias más antiguas y más triviales", así como el conocimiento de un presente "casi intolerable de tan rico y tan nítido, ¿le suena?". "Le falta la biblioteca interminable de Babel", intenté cortarle. "En absoluto. Esperaba que usted lo añadiera, estaba muy callado, creí que había muerto. ¿Cómo olvidar aquel archivo total, multiforme, que abarcaba todos los libros, que registraba todo lo que es dable expresar, en todos los idiomas; como decir la sabiduría ilimitada? La biblioteca que aunara todas las bibliotecas, una quimera que tardará poco en hacerse realidad, unos años, los pocos que se demoren en verter la tinta a la pantalla y luego construir una única biblioteca que ofrecerá no solo todas las respuestas, sino, lo más importante, tome nota, todas y cada una de las preguntas...".

"Vio usted internet, maestro", me doblegué por fin, olvidando que me escribía con un impostor; él sonrió virtualmente: "¿Qué sé yo, che? Más que visión, fue la expresión de un anhelo. Este cieguito vio en sueños su Red. Vi internet, sí, como diría yo en mi cuento. Pero no sé lo que vi: no sé si sueño o pesadilla, de veras, no lo sé". Deseé que sueño, y él compartió mi esperanza añadiéndole un símbolo de duda.

Llegados a este punto, comprendí que debía tomarme una cierta libertad: "Ciberborges, ¿quién eres?". "El alma virtual de Borges", respondió, y añadió una carita satisfecha. "¿Volveremos a encontrarnos?". Hubo un silencio: un tiempo en blanco, unos segundos sin vida. "Puede –contestó–. Aunque quizá nos llamemos de otro modo". (Publicado en el suplemento Arte y Letras del diario Información, 29 de febrero de 2008.)

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