jueves, 26 de junio de 2008

La paz de las galaxias: libros que fueron blogs

Cuando, en 1971, el joven Michael Hart decidió crear su Proyecto Gutenberg, abrió un camino que, casi 40 años más tarde, se ha convertido incluso en una colosal expectativa económica. Tanto instituciones públicas como firmas privadas han decidido apostar por la difusión mundial del conocimiento a través de internet transformando la cultura impresa de toda época en páginas electrónicas a las que cualquiera puede acceder, desde cualquier punto del planeta, con un ordenador conectado. Los depositarios de los principales tesoros de la civilización han abierto así sus cofres más valiosos como sus predecesores hicieron hace siglos, cuando Gutenberg los dejó sin excusas.

Madre Electricidad
Llegados a este punto, los amantes del libro de toda la vida comenzamos a temblar. A las pantallas de escritorio y portátiles se sumaron los e-books, que parecían traer una idea fija entre ceja y ceja: condenar el papel al olvido. Nos prometían abarcar miles de ejemplares con una sola mano, además de periódicos, revistas y otros documentos; nos consentían subrayar y anotar; podíamos llevarlos bajo el brazo, irnos con ellos a la playa o a la cama; incluso cuidaban de nuestros cansados ojos, adaptando el tamaño de la letra a nuestras necesidades/precariedades. Ya nada parecía tener sentido si no poseía un cable que lo uniera a la Madre Electricidad. Es más, un día alguien me mandó una pizca de un cuento de Isaac Asimov, "The Fun They Had", que transcurre en 2157: "El abuelo de Margie dijo que cuando era pequeño su abuelo le contó que hubo una época en que los cuentos estaban impresos en papel. Uno pasaba las páginas, que eran amarillas y se arrugaban, y era divertidísimo leer palabras que se quedaban quietas en vez de desplazarse".

Pero en medio de la zozobra surgió la voz de Alberto Manguel, el lector por antonomasia, el protolector, convencido de que "El futuro del libro está asegurado por la perfección del objeto que hemos inventado. Es como la rueda o el cuchillo: durarán porque no pueden ser mejorados". No está solo en los buenos augurios el de Una historia de la lectura: para Roger Chartier, "No hay que ser catastrofista sobre el futuro del libro. Habrá una coexistencia, no necesariamente pacífica, entre el manuscrito, el libro impreso y la edición electrónica" (Historia de la lectura en el mundo occidental); y los apoya José Antonio Millán: "La lectura futura estará repartida entre el libro electrónico y el libro auténtico".

Una pirueta desde la pantalla
Por si se precisaran muestras de esa complementariedad, Editorial Alfaguara y El Boomeran(g), el blog literario latinoamericano, han consumado la singular pirueta de transformar en papel lo que antes fueron cinco ciberaventuras mantenidas casi a diario por Félix de Azúa (Abierto a todas horas), Marcelo Figueras (El año que viví en peligro), Santiago Roncagliolo (Jet Lag), Sergio Ramírez (Cuando todos hablamos) y Vicente Verdú (Passé composé). Cinco blogs o bitácoras cuyos posts o entradas corrían el riesgo de perderse desmadejados en el océano digital y que han sido recuperados con la forma que inventó Gutenberg para que encajen perfectamente en nuestras bibliotecas de andar por casa.

Como explica Basilio Baltasar, director de La Oficina del Autor y editor de El Boomeran(g), la colección Libros del Blog pretende fomentar la relación que debe existir entre la Galaxia Gutenberg y la Galaxia Google, evitar el divorcio de ambas culturas y promover nuevas formas expresivas en la Red; en definitiva, proporcionar a la literatura un espacio en el que se reinvente. Los autores han salido satisfechos del desafío: Roncagliolo celebra la libertad creativa y la flexibilidad total del ciberespacio; Figueras recuerda a quienes descubrió durante el lance (Serpiente Suya, Enea, Olga Trevijano, Mayté/Palas y el resto de comentaristas de sus comentarios, a quienes, por cierto, se echa de menos en el formato impreso, así como los hiperenlaces: ¿por qué no buscar fórmulas para volcarlos al papel?); para Verdú, el blog "ha sorteado las instituciones que expenden títulos y discriminan entre el bien y el mal", "es anarquista, popular, irreverente, amoral" y "por el momento, no se presta al juicio de la crítica instituida".

En la pantalla o encuadernadas, lo importante es que las palabras alcancen cuantos ojos sean posibles, y desde ahí profundicen. "Los libros siempre son vidas de más", le oí un día a Almudena Grandes. Las formas de sus cuerpos, en seres tan imprescindibles, es lo de menos.

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