martes, 17 de abril de 2007

Irène Némirovsky, maestra de baile

Cuando Antoinette Kampf hace añicos las invitaciones para el baile organizado por sus padres y, desde el puente Alejandro III de París, lanza los trozos a las aguas del Sena, al lector -he de confesarlo- obligatoriamente le entran las prisas por conocer qué pasará luego.

Irène Némirovsky nació en Kiev apenas comenzado el siglo XX. Cuando tenía 14 años huyó de la Revolución de Octubre con su familia. Con 27 publicó El baile en la capital francesa, y la crítica, con justicia, la aclamó. Doce más tarde murió en el campo de concentración de Auschwitz.

Los Némirovsky poseían una inmensa fortuna. Irène, hija única, recibió una educación exquisita, pero padeció una infancia infeliz y solitaria, como Antoinette Kampf, la protagonista de El baile, rodeada de institutrices y lujo excesivo desde que, gracias a una jugada en la Bolsa, la riqueza -pero únicamente económica- se apodera de la familia.

El baile es un cuento protagonizado por dos mujeres, Antoinette y su madre, Rosine, que representan dos formas radicalmente distintas de asumir la vida. El relato se construye con maestría desde las perspectivas de cada una de ellas, y esa contraposición de planos crea un díptico curioso en el que la inmadurez de la adulta, una nueva rica pomposa pero vacía, contrasta con la curtida actitud de la niña, hábil al desencadenar la tragedia y, así mismo, dulce, muy dulce, en el momento de la compasión.

"Cuando tenga quince años -se lee en el centro del relato, refiriéndose quien narra a Antoinette- el sabor del mundo habrá cambiado...". Por sí solo, ese renglón ya es una obra maestra: impulsa, de nuevo, el deseo de conocer y, finalmente, la imaginación del lector. Nunca paladearemos el regusto de ese futuro; pero deja constancia de un descubrimiento literario que no puede quedarse ahí.

3 comentarios:

Unknown dijo...

Querido amigo:
Decía cierto artista que en parte las obras son de todos porque cuando uno no atiende a la musa, ésta se va a por otro postor. Te me has adelantado en el comentario de esta obra, lo que agradezco, pues agradezco siempre que escribas en mi lugar.

Rafael González dijo...

Celebro haberme adelantado, pues tú siempre fuiste un adelantado, sobre todo a tu tiempo, y me alegra adelantar al adelantado, aunque sea sólo de esta humilde forma. En cualquier caso, espero tu comentario sobre el libro, que, sin duda, será mucho más alto en perspicacia. Te abrazo.

Jorgevil dijo...

Hola, guapo. Qué cosas tiene la vida. Una de las primeras novelas que intenté leer fue David Golder, de esta escritora. Mi padre la tenía porque la compró cuando era socio del Círculo de Lectores y elegía libros que fueran a juego con los muebles de nuestras habitaciones. Este era blanco, y quedaba muy mono en el estante que me acompañaba por las noches. Tras varios años de soportar su presencia silenciosa, su acecho, decidí afrontarlo. Pocas habían sido mis lecturas hasta entonces. Tendría yo 13 o 14 añitos.Y fracasé, claro. No me enganchó y tuve que abandonarlo. Lo sustituí por otro cuyo título y autor no recuerdo, pero que trataba de cine y tenía algunas escenas subiditas de tono. 13 o 14 años, no te digo más.
Bueno, a todo esto, yo lo que quería era dejar constancia de que también te leeré aquí. Enhorabuena. Saludos desde Huelva hoy, mañana quién sabe.

 
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